Podríamos debatir largo y tendido sobre el término incontinencia; si consultamos los diccionarios nos encontraremos con amplias definiciones que oscilan entre la lógica ausencia de continencia (por ejemplo verbal, tan típica de Aloysius), hasta cierta circunstancia de la persona que no puede reprimir sus deseos y pasiones. Dentro de este segundo dictamen tendría perfecta cabida el caso de Cleto Ruiz Díaz, el Tigre de Corrientes, obligado a litigar contra la administración sanitaria argentina porque le deniegan una y otra vez una a todas luces muy necesaria intervención de vasectomía. Este dilema persiste a pesar de que este incontinente sexual elevado al cubo ha procreado 37 vástagos a la esperanzadora edad de 44 años.
Pero la palabra incontinencia también puede referirse a la enfermedad provocada por el déficit en la retención de la orina (incontinencia urinaria). Este trastorno afecta en mayor medida a las mujeres que a los hombres, debido fundamentalemente a particulares circunstancias de la vida femenina que actúan acentuando esta especial vulnerabilidad: el embarazo, el parto y la menopausia. La causa fundamental de la incontinencia de orina es la debilidad de la musculatura del suelo pélvico. Además, un porcentaje no desdeñable de estos casos (alrededor del 17%) se encuentra relacionado con una debilidad muscular de tipo hereditario.
Los expertos estiman que alrededor de 2 millones de mujeres españolas refieren problemas de incontinencia urinaria. Nuestras paisanas se ven atormentadas por incómodos escapes líquidos en circunstancias cotidianas tan banales como toser, estornudar, reir, bailar, hacer ejercicio, andar o simplemente ponerse de pie.
La mayoría de ellas no lo consulta por vergüenza o por miedo a la cirugía. Recordemos aquí una vez más al agudo Baltasar Gracián, afirmando que hemos de proceder de tal manera que no nos sonrojemos ante nosotros mismos. Otras féminas además son presa de la desesperación al pensar que su problema no tiene solución. Datos referentes al estudio NOBLE, realizado en los Estados Unidos, revelan que más del 50% de los afectados por incontinencia no habían acudido nunca al médico, a pesar de algunos de ellos estuvieran utilizando ya absorbentes urinarios.
A medida de que las mujeres van cumpliendo años, sobre todo al superar la menopausia, la incontinencia urinaria puede hacerse más prevalente. Hace poco tiempo escuché a un colega ginecólogo comentar acertadamente que podríamos sospechar si una señora mayor padece este trastorno observando simplemente el tamaño de su bolso.
Es obligación del médico de cabecera interrogar sobre los posibles síntomas de incontinencia a todas nuestras pacientes. Suena a perogrullada, pero resulta muy adecuada aquella máxima atribuída al escritor francés Georges Duhamel: cuando se quiere saber una cosa, lo mejor que se puede hacer es preguntarla. No debemos olvidar luchar contras las barreras del sonrojo, de la ignorancia y de la desconfianza que cercan con demasiada frecuencia todo aquello referente a nuestra geografía genital y sexual. No olvidemos que ni todos los pacientes tienen la misma vivencia de su trastorno, ni todas las incontinencias urinarias son iguales.
Para tratar correctamente a estas pacientes, el facultativo debe en primer lugar conocer si está ante un caso típico de incontinencia de esfuerzo (escapes de orina al hacer ejercicio, por ejemplo) o más bien ante un descontrol debido a una vejiga hiperactiva, que a veces provoca un deterioro aún mayor de la calidad de vida de la paciente. La urgencia miccional y la incapacidad de llegar a tiempo para orinar obligan a la afectada a vestir ropas oscuras ocultadoras de manchas, a llevar pañales o a vivir inmersa en zonas de seguridad que nunca se alejen demasiado de un servicio público urinario. No lo duden: si se les escapa el pis, consulten con su médico. Seguro que les ayuda.
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