Un hombre de gesto circunspecto acompaña a su mujer a una consulta de Ginecología del Sistema Nacional de Salud. El motivo era la esterilidad de la pareja tras dos largos años de procreación frustrada.
La ginecóloga repasó la historia clínica de ambos. Revisó con atención todas las pruebas diagnósticas practicadas. Pacientemente les explicó el procedimiento a seguir para conseguir el hijo tan ansiado.
Mientras la mujer atendía en silencio a las aclaraciones facultativas, el marido, sin pestañear, le espetó:
- ¿Cuánto tiempo vamos a tardar?. Tengo un bar que he tenido que cerrar para venir a esta consulta.
Este tío no es un garrulo. Es un cazurro. Me pregunto si haría el mismo comentario impertinente en una consulta médica privada, de esas de pago contante y sonante de toda la vida.
El otro día, un buen amigo mío se me autodefinía como un "garrulo básico". Y lo hacía solamente basándose en su despreocupación para vestirse cada día. Presume de tener unos gayumbos preñados de dibujitos de abejas. El hombre y la abeja comparten el 50% de su material genético. En su torpe evolución, el hombre ha prescindido del 50% correcto: a muchos nos serían de gran utilidad las alas y el aguijón.
Pero resulta que mi amigo no es nada garrulo: ni es un ave propensa al gorgojeo o al chirrido procaz, ni es un charlatán o un parlanchín (más bien es un individuo muy reservado) y los ruidos que hace no se parecen ni al ulular del viento ni al relajante transcurrir de un arroyo.
Es una buena persona, básica.
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