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21 agosto 2007

DON DE LENGUAS


Un verano tan atípico, como éste que nos está tocando vivir, trae a mi querido Aloysius taciturno y sublevado. Mucho más ortodoxo sería la canícula en agosto, y la helada en la invernal temporada. Pero, entre el calentamiento global y otros malabarismos de la meteorología, está el pobre que jura en arameo; y no precisamente porque haya adquirido de repente el llamado don de lenguas. Para la fe católica, el don de lenguas representa la facultad milagrosa de hablar un idioma que no se haya aprendido previamente. Según los Hechos de los Apóstoles, fue el Espíritu Santo el que dotó de esta cualidad a los discípulos de Cristo, para que salieran a predicar su mensaje. Lengua, lenguaje, habla, ¿son palabras sinónimas? En muchos diccionarios esta identificación queda así reflejada. El habla, la capacidad de emplear un lenguaje (verbal y no verbal) y la posibilidad de expresarnos en diferentes lenguas es una habilidad propia y característica de los seres humanos. Para ello estamos genéticamente dotados con un órgano de la fonación, capaz de articular los sonidos que nos permiten comunicarnos, traduciendo de esta manera las órdenes cerebrales. Antes de hablar, siempre deberíamos pensar las palabras, en abstracto. Pero no voy a meterme hoy en profundidades de la filosofía del lenguaje, por mucho que me atraigan las proposiciones de Wittgenstein.

Muchas veces me ha llamado la atención cómo individuos de muy diferentes lenguas y culturas se esfuerzan para tratar de comunicarse. En las consultas de atención primaria, empezamos ya a experimentar este fenómeno con algunos pacientes asiáticos o africanos. Y no somos los únicos. Recuerdo aquí la película “Infierno en el Pacífico” (John Borman – 1968), donde Lee Marvin y Toshiro Mifune encarnaban a un soldado americano y a otro japonés, únicos habitantes de una isla desierta del Pacífico, condenados a entenderse para sobrevivir. Sin embargo, en otras ocasiones, paisanos que comparten una lengua en común, se empeñan paradójicamente en incomunicarse.

En este verano que no es estío, como ya viene siendo habitual en los años anteriores, demasiados prójimos se están dejando la vida sobre el asfalto. El otro día, viajando por una de nuestras autovías gallegas, pude observar el esfuerzo de la Dirección General de Tráfico reclamándonos a los automovilistas prudencia en la conducción. Grandes carteles de luminosa intermitencia nos advertían del peligro con una macabra estadística: “desde enero, 1668 muertos” (a estas horas, seguro que son bastantes más). En un punto kilométrico determinado, un cartel alternaba gallego e inglés; varios kilómetros más adelante, el mismo mensaje cambiaba a castellano e inglés. En otras carreteras, podían leerse advertencias solamente en gallego o en castellano. ¿Empeño comunicativo no operativo? Espero que no, porque a buen entendedor, pocas palabras bastan. Por cierto, “A buen entendedor” es también el título que recopila los ensayos del Nobel irlandés Seamus Heaney… Queda claro pues, que los esfuerzos del comunicador siempre serán estériles si no son convenientemente captados por el receptor, sea cual sea la lengua empleada.

Por último, solamente mencionar aquí como anécdota que algunos folletos informativos de los que acompañan el kit de dispensación gratuita de la mal llamada píldora del día después, no están escritos en gallego, sino en catalán…Y también en castellano, para que todos nos entendamos. A estas horas, todavía continúa intrigado Aloysius: ¿se tratará de un error de empaquetado o de un obsequio del Departament de Salut de la Generalitat de Catalunya?

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