Un magnífico corazón de león, en el amplio sentido de la palabra, latía en el pecho de mi entrañable amigo Ricardo Ledo. De no ser así, no hubiera alcanzado a vivir casi un siglo en pleno uso de sus facultades. A él, tanta longevidad no parecía importarle mucho. Cuando me lo encontraba a diario, paseando por los soportales da Praza do Ferro, para resguardarse de la lluvia y el gélido viento invernales, o al contrario, buscando esa balsámica sombra que a uno le protege de la canícula ourensana, siempre respondía a mi saludo con la misma consigna. - ¿Qué tal estás? – Bien; - ¿qué tal estás? – mal. Y cuando contestaba sobre su salud negativamente, añadía: - hay que irse marchando…, dejándole el sitio a los demás -.
Y de repente la otra mañanita se marchó, apagándose como un gorrión, Ricardo Ledo, que unos días era Corazón de León, con una voluntad inquebrantable que le hacía abandonar la comodidad del lecho para salir a pasear, con tantos eneros y tanta vida a sus espaldas, esos regalos cotidianos que otros muchos no sabemos apreciar. Ricardo Ledo, sastrecillo valiente, el último testimonio vivo de una Auriavella que sucedió cansina a lo largo del pasado siglo. Precisamente él me contó la fabulosa anécdota que relaté en la revista de las Fiestas del Corpus del 2007, bajo el título “Los milagros de Ourense”. ¿Cómo fue posible que un buen día, de uno de los caños da fonte da Praza do Ferro, manase en lugar de agua un copioso chorro de vino tinto? Ricardo se acordaba perfectamente de aquel accidente doméstico en la cercana bodega de los hermanos Bouzas, cuando un pipote de vino se rompió y vertió su contenido en una canalización que bajaba a Ourense el agua tal vez desde a Fonte do Sapo, en las alturas de Montealegre y a Cruz Alta.
Amigo, las mujeres de tu vida quedan desconsoladas, desamparadas. Y a los demás, nos dejas mustio el corazón, que no es de león, sino más bien humano y lleno de tribulaciones. Mientras añoramos tu diminuta figura callada, sentada en tu sitio de siempre, iremos tirando para delante, hasta que nos toque también dejarle el puesto a otro. Hasta siempre Ricardo, corazón de león.
Y de repente la otra mañanita se marchó, apagándose como un gorrión, Ricardo Ledo, que unos días era Corazón de León, con una voluntad inquebrantable que le hacía abandonar la comodidad del lecho para salir a pasear, con tantos eneros y tanta vida a sus espaldas, esos regalos cotidianos que otros muchos no sabemos apreciar. Ricardo Ledo, sastrecillo valiente, el último testimonio vivo de una Auriavella que sucedió cansina a lo largo del pasado siglo. Precisamente él me contó la fabulosa anécdota que relaté en la revista de las Fiestas del Corpus del 2007, bajo el título “Los milagros de Ourense”. ¿Cómo fue posible que un buen día, de uno de los caños da fonte da Praza do Ferro, manase en lugar de agua un copioso chorro de vino tinto? Ricardo se acordaba perfectamente de aquel accidente doméstico en la cercana bodega de los hermanos Bouzas, cuando un pipote de vino se rompió y vertió su contenido en una canalización que bajaba a Ourense el agua tal vez desde a Fonte do Sapo, en las alturas de Montealegre y a Cruz Alta.
Amigo, las mujeres de tu vida quedan desconsoladas, desamparadas. Y a los demás, nos dejas mustio el corazón, que no es de león, sino más bien humano y lleno de tribulaciones. Mientras añoramos tu diminuta figura callada, sentada en tu sitio de siempre, iremos tirando para delante, hasta que nos toque también dejarle el puesto a otro. Hasta siempre Ricardo, corazón de león.
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