"Our Rock Hearts". Imagen de Mommyof4Ruggies
Parafraseando a uno mucho más versado que yo, les voy a contar una historia que a buen seguro fue mentira, aunque también pudo haber sido verdad. El mismo día, casi a la misma hora, dos hombres relativamente jóvenes sufren un infarto agudo de miocardio. El primero de ellos, hipertenso, fumador, bebedor, bon vivant, comía todo lo que le apetecía y además era dueño de una de esas analíticas que los galenos calificamos como de elevado riesgo cardiovascular, incluyendo el colesterol LDL-C descompensado (el malo, para entendernos). Desempeñaba un trabajo sedentario pero relajado, que no le obligaba a moverse demasiado. Aunque vivía cerca de su centro laboral, para sus desplazamientos empleaba diariamiente su utilitario. El segundo hombre, un poco más joven, hacía años que abandonara sus perniciosos hábitos tabáquico y etílico. Practicante de ejercicio físico aeróbico regular, cuidaba su alimentación evitando las comidas ricas en grasas, tomando habitualmente frutas y verduras. Directivo sometido a una excesiva presión laboral, acudia caminando a su trabajo, todos los días.
Pues bien, el primer hombre, a pesar de tener muchas papeletas para lo contrario, logró superar tan crítica situación. Fue intervenido quirúrgicamente y hoy en día lleva una existencia tranquila. El segundo, desafortunadamente, falleció a pesar de todos los esfuerzos médicos para salvarle la vida. En su línea habitual, tratando de meterme en un incómodo brete, me pregunta el receloso Aloysius: ¿cómo fue todo esto posible? Desafortunadamente, para los médicos no existen enfermedades sino enfermos. Si todo fuese estrictamente patología, el camino hacia la curación o hacia el consuelo no sería tan angosto y escarpado. Bastaría con memorizar un voluminoso manual técnico y santas pascuas. Pero el ser humano no se limita a ser un complicado electrodoméstico ni sus enfermedades simples averías.
Tal vez hay encontrado parte de la respuesta a tanto enredo en el número extraordinario de la revista “Hipertensión”, correspondiente al pasado mes de julio. Su autor alerta sobre la enorme importancia que los factores psicosociales desempeñan en las enfermedades cardiovasculares. Situaciones de estrés, agudo o crónico, pueden terminar desencadenando un infarto de miocardio. El estrés crónico puede precipitar fenómenos ateroscleróticos en los vasos sanguíneos, probablemente por una hiperactividad del sistema nervioso simpático.
No nos resultan ajenas las historias de personas que han fallecido súbitamente mientras asistían a un encuentro deportivo demasiado emocionante. El estrés mental también puede promover la aparición de arritmias cardíacas e hipertensión arterial. Y entonces, inconformista parte Aloysius mascullando aquella famosa tonadilla entre los dientes: don´t worry, be happy.
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