Desde siempre me han llamado la atención los botes de algunas medicinas; desempeñan su protagonismo, incluso en alguna que otra película americana. Suelen tener la boca amplia, cierre de seguridad y disponen de un generoso tapón de rosca, que facilita su manipulación por las personas mayores. Están individualizados, porque llevan una etiqueta con el nombre de la medicación, la dosis, el nombre del médico, de la farmacia dispensadora y el del paciente en cuestión. En cierto modo, los cacharritos resultan impersonales, ya que todos presentan la misma imagen aséptica de “bote de las pastillas de plástico blanco”.
Una vez, volando entre Madrid y Londres, una azafata sacó del bolso uno de estos curiosos envases. Le mostró a una compañera el contenido, una medicación específicamente elaborada para tratar su propia enfermedad. Grosso modo, para entendernos, la medicina individualizada consiste en la administración del fármaco más adecuado a la dosis más apropiada para cada paciente. Los avances en Genómica permiten avances terapéuticos que hasta hace tan solo unos años parecían ciencia ficción. Durante mi doctorado, en la Facultad de Medicina de Santiago de Compostela, tuve la oportunidad de trabajar con anticuerpos monoclonales destinados al diagnóstico, pronóstico y seguimiento de algunos tumores ginecológicos. Al mismo tiempo, éstos empezaban a utilizarse también para el tratamiento.
Los médicos observamos que incluso los grandes estudios clínicos, realizados con numerosos grupos de pacientes más o menos homogéneos, algunas veces generan dudas en su interpretación, lo que Aloysius denomina lagunas en el conocimiento. Los expertos en Farmacogenómica nos advierten que la dotación genética de cada persona puede ser la responsable del 20 al 90% de la variabilidad en la respuesta individual ante cualquier tratamiento farmacológico.
Los cardiólogos, por ejemplo, han venido observando cómo fallecen más pacientes por infarto agudo de miocardio estratificados en un riesgo cardiovascular moderado, que incluso algunos otros encasillados en riesgos más elevados. La diferente respuesta individual al mismo fármaco es algo también objetivable día a día en los servicios hospitalarios de Oncología o de Psiquiatría, por ejemplo.
Pero, como casi todo en la vida, el problema surgirá cuando hablemos de dinero, de costes, de gasto sanitario. Según lo anteriormente expuesto, la actual manera de tratar enfermedades pronto mudará a una mucho más exacta, centrada en el tratamiento de enfermos. ¿Querrán entonces asumir las autoridades sanitarias el coste de terapias más eficaces, específicas, pero mucho más caras? ¿Servirá la medicina individualizada para ahondar todavía más la brecha existente entre países pobres y ricos? Tempus omnia revelat…
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