El tema que abordamos hoy podría tener títulos alternativos; el pesimista Aloysius seguramente preferiría “Crisis y Enfermedad”, pero voy a hacer oídos sordos a su recomendación, porque la ciencia ha demostrado que los enfermos optimistas gozan siempre de mejor salud.
Tengo la impresión que el difícil trance socioeconómico que estamos todos atravesando influye en nuestra vitalidad y en nuestra energía. En las consultas de atención primaria estamos atendiendo problemas que, sin ser puramente médicos, afectan la salud de los pacientes: pérdida del puesto de trabajo, empeoramiento de las condiciones laborales, incertidumbre sobre el futuro propio y el de la familia, estrés, desánimo, pérdida de la autoestima, desmoralización… Incluso nuestros entusiastas pensionistas empiezan a intranquilizarse ante un porvenir encapotado.
Desafortunadamente, no existen medicamentos efectivos para mitigar tales síntomas. Me comentaba el otro día un amigo que estaría bien comenzar a contratar psicólogos clínicos en todos los centros de salud, porque iban a trabajar a destajo. Tal vez nos hayan estado engañando con un ficticio estado de bienestar basado en el crédito fácil y el gratis total, resultando cierto aquel viejo refrán de “a buenos ocios, malos negocios”.
Repasando el libro “Obesos y famélicos” de Raj Patel, economista inglés de origen hindú profesor de facultades tan prestigiosas como Yale y Berkeley, me acordé de la situación de los campesinos de China y del Subcontinente indio durante una pasada crisis económica global. La tasa de suicidios alcanzó cifras inimaginables por intolerables. Para obtener el pasaporte a la nada, estos sufridos prójimos empleaban los pesticidas inútiles para sus agostados labrantíos.
Una situación similar se dio también a muchos kilómetros de distancia, en las granjas británicas y norteamericanas que se iban al tacho bajo el peso de las deudas y de las hipotecas, propiedades familiares durante generaciones y que sus últimos propietarios no habían podido salvar de la bancarrota.
Coincidencia o no, según informaciones publicadas por el IMELGA (Instituto de Medicina Legal de Galicia) referentes a la provincia de Ourense, desde el año 2006 se han producido en nuestros pagos más fallecimientos por suicidios que por accidentes de circulación. Tal vez haya influido el endurecimiento de las sanciones por las infracciones de tráfico, pero esta circunstancia ha sido idéntica para el resto del Estado.
Para no contradecir a Raj Patel, en una provincia eminentemente rural y envejecida como la nuestra, en 2008 la tasa de suicidios alcanzó casi el 13%, mientras los porcentajes para Galicia y España fueron del 12 y 7%, respectivamente. Entonces, por aquí también falla otro refrán: “a año tuerto, labrar un huerto”. Aloysius recomienda mejor esperar a que escampe el chaparrón.
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