Para algunos, demasiado calor resulta dañino; sostiene Aloysius que a los más susceptibles es capaz incluso de provocarnos alucinaciones. Quizás haya sufrido yo alguna de ellas. Una de estas jornadas pasadas en Auriavella, fustigado sin misericordia por la asfixiante canícula, a las cuatro en punto de la tarde creí escuchar al carillón que corona el edificio del Hotel San Martín tocando el Adestes Fideles. Para hacernos olvidar el verano, algún ánima del Purgatorio pretende bendecir nuestro sofocante martirio con el himno navideño atribuido a San Buenaventura.
Tal vez por el oro del sol o quizás deslumbrado por el recalcitrante optimismo del que nos gobierna, haya vuelto a desvariar cuando esa misma tarde leí en un periódico los últimos datos del barómetro Eurostat revelándonos que 1 de cada 4 parados en la Europa de los 27 es español. Pero ganamos Wimbledon, el Tour y somos campeones del mundo de fútbol… Tal vez por el bochorno me bailaran también las letras y las palabras cuando repasaba La Región al son del “yo soy español, español, español…” y la tonadilla me descubría que los médicos patrios estamos entre los peor pagados de nuestra bendita Comunidad Europea. Las informaciones proceden de la prestigiosa Universidad de Providence (EEUU) y añaden que también somos campeones en horas de trabajo y en el poco tiempo que le dedicamos a nuestros pacientes. No me lo explico, pues cobrando poco, currando mucho y despachando raudos a los usuarios seguimos manteniendo al sistema sanitario público español entre la élite mundial de la asistencia sanitaria.
Y mientras me froto los ojos tratando de espantar tantas alucinaciones que incluso me han hecho ver hervir el asfalto, los expertos de la Escuela Andaluza de Salud Pública, de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) insisten en que el déficit médico existente a nivel mundial (qué alivio, pensé que sólo ocurría aquí) es debido a un problema de distribución y no de producción. Y una vez más reiteran su aviso permanente, pues los países punteros en la resolución de estos problemas siguen apostando por el primer nivel asistencial, por la atención primaria. Tal vez deslumbrados por la tórrida claridad de los atardeceres, nuestros gobernantes siguen erre que erre, recortando las inversiones en sanidad, sangrando a los profesionales y mirando hacia otro lado, ebrios de hospitalocentrismo.
Para que no se me caliente la terraza y se me ablande aun más la sesera, el muy precavido Aloysius está empeñado en regalarme una visera. Está dudando si resucitar aquella vieja gorra de los Lakers que hace años me prestó para viajar a las playas de Puerto Plata o elegir una mucho más moderna, la del escaparate del todo a un euro, con ventilador incorporado. Conociendo su liberalismo bien pudiera caerme un flexible jipijapa, uno que me quepa en la mochila con la que me pienso ir de vacaciones, si los controladores aéreos y Don Pepiño Blanco me dejan, por supuesto.
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