Salvando las diferencias, y perdón por tanto atrevimiento, D. Vicente Risco mantenía en Compostela sesudas conversaciones con el irreverente Stephen Dédalus, de la misma manera que un humilde servidor soporta las diatribas sobre la salud y la enfermedad en boca del irrefutable Aloysius. Estos días de insoportable calorina en Auriavella, añoro el frescor de los soportales de las viejas rúas compostelanas. Se nos derriten las grasas a los que las tenemos generosas y a los que apenas envuelven sus carnes magras con tan perturbador y oneroso envoltorio.
Risco es uno de mis favoritos, y no sólo por haberle concedido a los marranos el don de la bipedestación, sino por haber parido con su imaginación al escéptico Dr. Alveiros. Viendo como se ven por las calles tantos porcos de pé, sostiene Aloysius que D. Vicente ya era un adelantado para su tiempo.
En su famosa pseudoparáfrasis con el personaje de James Joyce, Risco se sorprendía por el cinismo del irlandés. Pronosticaba que los hombres modernos carecerían de vicios, en el sentido más clásico de la palabra. Muchos dejarían de fumar, de tomar alcohol e incluso de comer carne. Tampoco cometerían todos esos otros pecados relacionados con el demonio, el mundo y la carne, que de esta guisa pasarían a ser patrimonio de los más veteranos transgresores.
La explicación debatida entre Dédalus y Risco pudiera parecer sencilla: en la actualidad, los vicios ya no sirven para que los hombres se condenen. Nuestros predecesores en este valle de lágrimas, aun durando mucho menos, eran más fuertes y resistentes, vaya usted a saber si por veleidades darwinianas de la propia naturaleza, e incluso morían sin arrepentirse de sus excesos. Sin embargo, el homo sapiens contemporáneo se esmera en la conservación de su salud basada en estrictos regímenes alimenticios, higiene en los hábitos y deporte, actividades tal vez más aburridas pero garantes de una mayor longevidad y ¿calidad de vida?
Amparado en la sabiduría de su genial miopía, D. Vicente escuchaba al descreído Stephen Dédalus pontificando desde las más profundas simas metafísicas, porque los disolutos son hombres que respetan los dones divinos, y aunque suelen ser golosos, bebedores, pendencieros, egoístas, libertinos, mujeriegos, hipócritas y desagradecidos, no caen jamás en las trampas de la soberbia, porque los soberbios no tienen vicios, y por esta sencilla razón viven alejados de Dios.
Finalizaba el incandescente dublinés definiendo al hombre moderno como vegetariano, casto, honrado, tolerante, bien pensado y bien hablado, y sus mujeres, honestas y trabajadoras, todos ellos personajes que han de parecer santos para convertirse en verdaderos condenados. Y vaticinaba la persecución de la prostitución, de las drogas, supongo que también del alcohol y del tabaco, y la prohibición de los bares, de los teatros y de los cabarets. Un mundo feliz, donde todo estará legislado y vetado. Como los toros en Cataluña.
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