Estos días el previsor Aloysius ha estado ciertamente enfrascado en varias cuestiones económicas relacionadas con la sanidad pública. Su último correo electrónico viene repleto de reflexiones que a buen seguro ha estado barruntando calculadora en mano.
En España, los datos estadísticos generales sitúan nuestro gasto sanitario público aproximadamente en unos 1300 euros anuales por ciudadano, cantidad que oscilaría 500 euros arriba o abajo dependiendo de las CCAA. Aún así, a nivel global, seguimos estando entre las naciones con el gasto sanitario más bajo de la Comunidad Europea.
La experiencia se empeña tozuda en demostrarnos cómo cada año este desembolso se incrementa continuamente. Dicha tendencia al alza se viene constatando desde los años 70 del pasado siglo XX, y aunque es más patente en los países desarrollados, también se ha detectado en los países en vías de desarrollo y en aquellos otros denominados emergentes. Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que el gasto sanitario público se ha triplicado en los últimos 50 años.
Pero en este aspecto influye notablemente la penetración de la sanidad privada. En nuestro país, las CCAA con mayor presencia de las compañías aseguradoras privadas sanitarias (Cataluña, Madrid y Baleares) tienen un gasto sanitario público menor. El ejemplo contrario se da en Asturias y Extremadura. En Galicia, por aquello del tópico, nos quedamos en la mitad de la tabla: ni subimos, ni bajamos.
Los especialistas en seguros sanitarios privados estiman que si el gobierno adoptara medidas de desgravación fiscal aplicables a este tipo de productos, el sistema sanitario público podría descargarse de unos 1500 euros por persona y año, fundamentalmente a expensas de todos aquellos usuarios que durante muchos años no precisan o no utilizan los recursos sanitarios públicos. Está claro que el sano ni toma medicinas ni ingresa en los hospitales. Pero también que la grandeza de nuestro sistema nacional de salud, universal y equitativo, radica en su financiación a través de los impuestos que todos pagamos.
Existen diversos trabajos que han demostrado que las diferencias individuales respecto al gasto sanitario tienen que ver más propiamente con la proximidad al momento de la muerte del paciente que con la edad del mismo, aunque desde Galicia desde Ourense nos venimos quejando del envejecimiento poblacional como una de las causas que justificarían nuestro mayor gasto sanitario.
Aún así, una mejor gestión en el diagnóstico, tratamiento y seguimiento de las patologías crónicas demuestra efectos correctores respecto al gasto sanitario global. Hay otros factores que disparan el gasto sanitario, desde la aplicación de tecnologías más modernas y costosas hasta la medicalización de nuestra sociedad, que cada vez demanda una mayor asistencia sanitaria como consecuencia del incremento del nivel de vida y bienestar. Entonces, ¿dónde situaremos el techo de este gasto? De todos depende…
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