Todavía recordamos con preocupación la llamada enfermedad de las vacas locas o encefalopatía espongiforme bovina, una enfermedad causada por priones y que se puede transmitir al ser humano cuando consume ciertas partes de los animales infectados, especialmente su tejido nervioso. En el pasado, Ourense exportó al mundo entero las terribles consecuencias de la intoxicación por el metílico que adulteró cientos de partidas de bebidas alcohólicas, y en España padecimos la tragedia de la intoxicación por el aceite de colza.
Desde entonces, sostiene Aloysius que ya no sabemos ni lo que podemos comer o beber, que si el anisakis del pescado, que si los pepinos contaminados por Escherichia coli, que si las dioxinas en la carne del ganado porcino y aviar...
En Alemania acaba de desatarse una crisis alimentaria totalmente injusta contra las hortalizas españolas. Y precisamente en aquellas latitudes, en enero de 2011, comenzaron a conocerse los datos oficiales de la contaminación por dioxinas en la carne de cerdo y de aves de corral, al consumir piensos adulterados con aceites industriales. Algunas de estas sustancias químicas son extremadamente tóxicas y forman parte de la composición de algunos pesticidas y conservantes. 4700 granjas fueron clausuradas.
La historia se repite una vez más. Cuando se desataron los primeros brotes de la denominada epidemia de gripe porcina, países como Egipto sacrificaron la totalidad de su cabaña porcina sin esperar a que las autoridades sanitarias descartasen las transmisión de la enfermedad por vía digestiva.
Otra pandemia de gripe A, la que mató a más de 100 millones de personas entre 1918 y 1920, recibió el apelativo improcedente de gripe española, porque se desató entre las tropas norteamericanas acantonadas en Fort Riley (Kansas, EEUU) antes de combatir en la 1ª Guerra Mundial. Los anales de la medicina nos revelan que la sífilis fue conocida a partir del siglo XVI como mal español, otra inexactitud completamente arbitraria.
La supuesta contaminación de los pepinos españoles ha alcanzado una gran trascendencia por varios factores. En primer lugar, por la propia bacteria, una cepa muy virulenta de E. Coli enterohemorrágica, capaz de provocar un severo cuadro clínico conocido como síndrome urémico hemolítico, que ya ha matado a decenas de pacientes en Europa. En segundo lugar, porque el brote ha saltado las barreras sanitarias de varios países, detectándose casos en Alemania, Dinamarca, Suecia y también en España, pero aquí no entre los consumidores de pepinos u otras hortalizas crudas, sino en personas que habían viajado recientemente a Alemania. Y en último lugar, porque la contaminación ha podido producirse en varios escalones de la cadena de transporte alimentario, desde el cultivo original pasando por el transporte hasta la distribución final.
La buena noticia es que al parecer, el tratamiento de los enfermos con anticuerpos específicos contra esta singular bacteria comienza a dar sus frutos. Así sea.
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