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27 febrero 2012

EL PERRO DE SAN ROQUE




Según algunas estimaciones, comentábamos el otro día desde esta misma tribuna que las bacterias llevan habitando en este planeta unos 3000 millones de años, y que la humanidad se ha planteado descubrir 10 antibióticos contra los gérmenes patógenos multirresistentes antes del 2020.

Con esta finalidad, en varios laboratorios existen científicos investigando todo este tipo de cuestiones, a partir de ciertos hongos aletargados en los hielos perpetuos del planeta o desentrañando el genoma de algunos marsupiales australianos.

El potencial inmunológico de nuestro propio cuerpo sigue aportándonos maravillosas sorpresas, algunas muy recientes, como la purificación de los interferones o la aplicación de los anticuerpos monoclonales en la lucha contra la enfermedad.

Los expertos sostienen que las epidemias de este siglo XXI serán la diabetes, la obesidad, las enfermedades cardiovasculares y la patología psiquiátrica. Probablemente tengan razón, pero no debemos olvidar que todavía no somos vencedores de la guerra sin cuartel contra el cáncer y las enfermedades infecciosas.

Baste recordar lo ocurrido con la reciente pandemia de la gripe A para retrotraernos al medievo, con la humanidad aterrorizada y diezmada por una humilde bacteria, probablemente Yersinia pestis, la causante de una enfermedad que hoy en día podría ser exitosamente tratada con antibióticos clásicos y de uso común como la estreptomicina, el cloranfenicol o las tetraciclinas.

Si el estado de salud es razonablemente bueno, el ser humano dispone en su organismo de múltiples barreras contra las infecciones, desde la piel hasta el aparato respiratorio, pasando por el tracto digestivo.

Además de anticuerpos tipo IgA y de un pH alcalino determinado por la presencia de bicarbonatos, en la saliva existen varias enzimas capaces de destruir las paredes bacterianas, como por ejemplo la lisozima o la lactoperoxidasa. Por instinto, muchos mamíferos tienden a lamerse las heridas; también los humanos. Según el farmacólogo británico Nigel Benjamin, de la Royal School of Medicine and Dentistry de Londres, esta conducta ancestral podría explicarse gracias al óxido nítrico, un potente bactericida. Al parecer, la saliva es rica en nitritos, sales que pueden transformarse en ácido nítrico.

Dicen que a San Roque, abandonado en un bosque y enfermo de peste, un perrito le llevaba un pan cada día para su sustento mientras le lamía las úlceras de las piernas. Quizás por el óxido nítrico, quizás por intervención divina, la leyenda nos cuenta que este humilde can de Gottardo Pallastrelli contribuyó a la curación del santo. 

Para devolvernos a la cruda realidad, sostiene Aloysius que allá por las gélidas tierras de Lleida los paisanos tienen a San Roque en grande estimación, pues lo consideran el patrón contra la gandulería.



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