Según algunas estimaciones,
comentábamos el otro día desde esta misma tribuna que las bacterias llevan habitando
en este planeta unos 3000 millones de años, y que la humanidad se ha planteado
descubrir 10 antibióticos contra los gérmenes patógenos multirresistentes antes
del 2020.
Con esta finalidad, en varios
laboratorios existen científicos investigando todo este tipo de cuestiones, a
partir de ciertos hongos aletargados en los hielos perpetuos del planeta o
desentrañando el genoma de algunos marsupiales australianos.
El potencial inmunológico de
nuestro propio cuerpo sigue aportándonos maravillosas sorpresas, algunas muy
recientes, como la purificación de los interferones o la aplicación de los
anticuerpos monoclonales en la lucha contra la enfermedad.
Los expertos sostienen que las
epidemias de este siglo XXI serán la diabetes, la obesidad, las enfermedades
cardiovasculares y la patología psiquiátrica. Probablemente tengan razón, pero
no debemos olvidar que todavía no somos vencedores de la guerra sin cuartel contra
el cáncer y las enfermedades infecciosas.
Baste recordar lo ocurrido con
la reciente pandemia de la gripe A para retrotraernos al medievo, con la
humanidad aterrorizada y diezmada por una humilde bacteria, probablemente
Yersinia pestis, la causante de una enfermedad que hoy en día podría ser
exitosamente tratada con antibióticos clásicos y de uso común como la
estreptomicina, el cloranfenicol o las tetraciclinas.
Si el estado de salud es
razonablemente bueno, el ser humano dispone en su organismo de múltiples
barreras contra las infecciones, desde la piel hasta el aparato respiratorio, pasando
por el tracto digestivo.
Además de anticuerpos tipo IgA y
de un pH alcalino determinado por la presencia de bicarbonatos, en la saliva
existen varias enzimas capaces de destruir las paredes bacterianas, como por
ejemplo la lisozima o la lactoperoxidasa. Por instinto, muchos mamíferos
tienden a lamerse las heridas; también los humanos. Según el farmacólogo británico
Nigel Benjamin, de la Royal School of Medicine and Dentistry de Londres, esta
conducta ancestral podría explicarse gracias al óxido nítrico, un potente bactericida.
Al parecer, la saliva es rica en nitritos, sales que pueden transformarse en ácido
nítrico.
Dicen que a San Roque,
abandonado en un bosque y enfermo de peste, un perrito le llevaba un pan cada día
para su sustento mientras le lamía las úlceras de las piernas. Quizás por el óxido
nítrico, quizás por intervención divina, la leyenda nos cuenta que este humilde
can de Gottardo Pallastrelli contribuyó a la curación del santo.
Para
devolvernos a la cruda realidad, sostiene Aloysius que allá por las gélidas
tierras de Lleida los paisanos tienen a San Roque en grande estimación, pues lo
consideran el patrón contra la gandulería.
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