Apenas recuperado del impacto que
me ha producido el descubrimiento de que realmente somos ondas de probabilidad,
y que la imagen que cada mañana me devuelve el espejo no soy realmente yo, sino
el yo que existía en el pasado apenas un instante antes, el conturbado Aloysius
me ha remitido dos noticias recuperadas de su inefable arsenal.
La primera se refiere a la
secuenciación del genoma de Ötzi, “el hombre de los hielos”, la momia de uno de
nuestros antecesores encontrada en 1991 por unos turistas alemanes en los Alpes
italianos, muy cerca de la frontera austríaca. El difunto descansaba en su
tumba congelado desde algo más de 5000 años.
Después de 2 décadas estudiando
concienzudamente sus restos mortales, los investigadores han realizado una
serie de hallazgos apasionantes: su talla (apenas 160 cm), su peso (50 kg) y la
edad a la que falleció, alrededor de los 46 años, desangrado como consecuencia
de una herida provocada por una flecha clavada en su hombro izquierdo. Incluso
se atreven a aventurar que la muerte ocurrió en el transcurso de una
escaramuza, pues alrededor de Ötzi encontraron varias flechas con restos de
sangre diferente a la suya.
Reconstrucción de Ötzi según los restos encontrados
Pero, además, el estudio de su
ADN permitió deducir que sus antepasados provenían de Oriente Próximo, en una
etapa de expansión agrícola. El bueno de Ötzi tenía los ojos marrones, era
intolerante a la lactosa, pertenecía al grupo sanguíneo 0 y presentaba cierta
predisposición a las enfermedades cardiovasculares.
Todo esto ha sido posible
combinando el análisis del ADN mitocondrial (heredado exclusivamente por vía
materna) con el procedente del núcleo celular.
La segunda noticia comentaba el
hallazgo de otra momia, la de un supuesto extraterrestre, en la provincia de
Quispicanchi, en Cusco (Perú). Un ser de características “no humanas”, de
apenas 50 cm de estatura y dotado con un gran cráneo triangular de grandes órbitas
oculares, con la fontanela abierta (como los niños menores de 1 año) pero con
los molares desarrollados. Posee además el frontal dividido, característica de
algunos reducidos grupos étnicos locales, así como el llamado hueso de los
incas, un pequeño triángulo óseo a la altura del occipital, también común en
los habitantes de los Andes peruanos.
¿Fraude científico? ¿Un humano
portador de extrañas e
infrecuentes malformaciones? Esperamos y deseamos que los análisis genéticos
pueden revelarnos cuál es la verdad, si es que ésta existe realmente en este
mundo de ondas de probabilidad.
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