"Ancianas" de Ron Mueck
Media tarde en la casa del silencio y del olvido. Escucho a alguien que monda patatas en la cocina, al fondo del pasillo. El aroma terroso de las patatas peladas me alcanza desde allí. ¿Será la nitidez del olor o tal vez su reminiscencia?
Las habitaciones tienen nombres en las puertas. Los huéspedes entran y salen. Una anciana se desplaza, lentamente, apoyada en su bastón:
- Desde aquí al cementerio - piensa.
Al fin y al cabo, así pasamos por la vida. Ocupas la vivienda de alguien que ya no está; y mañana será de otro, hoy todavía invisible. Estamos solos, esa es la realidad, y así partiremos raudos hacia la nada, hacia el absurdo, para hibernar en la no conciencia, como antes de nacer. No sentir. No pensar. Navegar por una caudalosa corriente de personas, de nombres y recuerdos, hacia una desembocadura incierta tratando de imaginar cómo será el puerto, mientras dura la travesía.
Ocupamos estancias y lechos que mantenemos limpios y ordenados. Pasarán los días y otros realizarán esas mismas tareas. Un zumbido de abejera corta el aire de la tarde: ¿una motocicleta o el ruido que nos la recuerda?
Los recuerdos entran y salen de las habitaciones. Tratamos de poner su nombre en las puertas.
La anciana del bastón se ha quedado dormida. Cuando se despereza, se levanta con parsimonia y abandona el salón:
- ¿Qué tal, mariscal?. Voy a dar una vuelta...
Y su encorvada figura desaparece en la penumbra del pasillo donde al fondo alguien pela patatas.
Todavía es media tarde. Está muriendo la jornada... Contamos los días porque tenemos los días contados.
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