Los que vamos cumpliendo años en
el ejercicio de la medicina, a caballo entre finales del siglo XX (el de la
revolución soviética, el nazismo, la guerra incivil española, las dos guerras
mundiales, la guerra fría, los viajes espaciales…, pero también el de la
Organización Mundial de la Salud, el psicoanálisis, la penicilina, la
universalidad de la atención sanitaria, los trasplantes, el SIDA, las ONG
sanitarias…) y los albores del XXI (el del futuro, al que tanta atención le prestamos
sin saber realmente si algún día llegaremos a contemplarlo) estamos siendo testigos del profundo cambio que las nuevas tecnologías van provocando en
nuestra labor profesional cotidiana. Han venido, para quedarse entre nosotros,
la historia clínica y la receta electrónica.
Las imágenes digitales hoy en día
nos permiten detectar patologías con una nitidez asombrosa, frente a aquellas
otras que una vez parecieron borrosas fotografías extraídas de la noche de los
tiempos. Y qué decir de la ecografía, herramienta diagnóstica tan valiosa, de
la que una vez escuché decir a un experto que se convertiría en nuestras
consultas en el fonendoscopio del siglo XXI. O de la resonancia magnética…
También de ese ente fascinante
que llamamos Internet, en el que en un instante, con solo pulsar una tecla,
podemos acceder a la mayor cantidad de información que jamás hayamos podido soñar.
Sostiene Aloysius que un prójimo contemporáneo que no sea capaz de desenvolverse
en las nuevas tecnologías informáticas estaría al mismo nivel que aquellos
iletrados de las primeras etapas de la imprenta, la era de los incunables, con
el agravante añadido que en la sociedad actual resulta mucho más fácil acceder
a un ordenador que en aquel entonces a un libro.
Las estadísticas nos indican que
en España las páginas más visitadas en Internet son la versión española de
Google, la red social Facebook y el archivo de vídeos YouTube. Insiste el
tremolante Aloysius que si no apareces en un buscador y no tienes un perfil en una
red social, tu entidad personal se estaría disolviendo en el espacio y en el
tiempo.
Exageraciones aparte, las
cuestiones más buscadas en Internet tienen que ver con el sexo (¡en más del 50%
de las ocasiones!), seguidas a mucha distancia por los chismorreos sobre los
famosos (8%), el humor (3.7%) y los viajes (3%). Sin embargo, todo lo
relacionado con la salud (2.5%) y la música (1.3%) queda a la altura de la más
pura y dura meteorología (1.2%).
A pesar de todo, cada vez son más los
pacientes que se sumergen en las procelosas aguas virtuales en la procura de
información sobre síntomas, dolencias y tratamientos, debido al fácil acceso,
la confidencialidad de la “máquina” y la necesidad de información
individualizada.
Pero en Internet escribe
cualquiera, incluso un servidor. Filtrar la calidad y la fiabilidad de la
información recibida resulta fundamental a la hora de entender lo que hemos
buscado.
Pero este cuento cambia cada día. Aunque aún no he detectado ninguno
en mi entorno, los expertos alertan sobre una nueva tipología de pacientes: los
hiper-app-frecuentadores, adictos a las aplicaciones sanitarias para móviles
(monitorización de calorías, podómetros, dietas, pulsaciones…), que a buen
seguro, cuando detecten alguna anomalía en sus aparatos, no querrán abandonar
la consulta de su médico sin una respuesta clara y concisa… si es que existe…
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