En estas últimas semanas nos
hemos adentrado por los vericuetos de la ciencia amatoria. Publicamos los
flujos hormonales que dominan las diferentes fases del amor, desde la desbocada pasión inicial hasta ese mar
calmo de satisfacción que representa el compromiso. Nos mostramos partidarios
del corazón como la víscera ideal para albergar tan bellos e intensos
sentimientos. Incluso tratamos de explicar por qué los desengaños amorosos
duelen tanto como las quemaduras.
Hoy, continuando por esta senda,
el vehemente Aloysius me ha consultado algunas cuestiones, quizás todavía tocado
por algún dardo lanzado el pasado Día de San Valentín por el travieso Cupido en
su entorno más cercano.
La primera de ellas vaticina el inminente
cierre de los gabinetes regentados por pitonisas, adivinos, quiromantes, tarotistas,
videntes y consejeros sentimentales. Un grupo de investigadores de la
Universidad de Brown (Rhode Island), encabezado por la Dra. Xiaoming Xu, ha
estudiado la actividad neuronal de un grupo de enamorados empleando escáneres
cerebrales. Fueron capaces de cuantificar el nivel de sus reacciones neuronales
y encontraron una relación de las mismas con la estabilidad y la intensidad de
sus sentimientos, pronosticando incluso si la relación entre los enamorados iba
a ser duradera o no.
Para la Dra. Xu, la experiencia del amor en el cerebro es
consistente para todas las culturas, contradiciendo a los clásicos de la
literatura oriental y occidental, que describieron en sus obras diferentes patrones
amatorios tradicionales. Las zonas cerebrales que presentaron una mayor
actividad neuronal al contemplar los voluntarios la fotografía de su persona
amada se situaron en el núcleo estriado ventral, en el sistema límbdico, para
algunos considerado el centro universal de la motivación.
Año y medio después
de haber realizado las primeras pruebas de imágenes cerebrales, la Dra. Xu
volvió a entrevistarse con los voluntarios de su estudio. Algunos habían roto
con sus parejas, mientras otros todavía las conservaban. Los nuevos escáneres
demostraron una menor actividad neuronal en los sujetos que habían puesto punto
y final a su relación sentimental, y más concretamente en las áreas cerebrales
vinculadas con el juicio crítico, el control emocional y el hambre, todas ellas
conectadas con la mayor satisfacción y compromiso en sus relaciones.
Más allá de esta mera curiosidad
científica, el Dr. Arthur Aron, un psicólogo social de la Universidad de Stony
Brook (Nueva York) entiende que este tipo de investigaciones podrían tener una
traducción práctica en el tratamiento de personas que presentan problemas para
relacionarse con sus semejantes.
Sostiene Aloysius que los
cerebros de Romeo y Julieta funcionaban exactamente igual que los de Liang
Shanbo y Zhu Yingtai, amantes chinos cuya muerte trágica culminó con el vuelo
de dos mariposas escapando de su tumba.
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