Tengo que comenzar pidiendo perdón
dos veces. La primera, a los poetas, a los músicos, a los artistas, por
atreverme a tratar al más puro de los sentimientos desde el aséptico punto de
vista científico. La segunda, porque estas reflexiones no son en absoluto
originales. Han sido inspiradas por “O par perfecto”, un artículo original
firmado por Alexandre Versignassi y Nina Weingrill, y que el quimérico Aloysius
me ha hecho llegar en su edición portuguesa.
Empecemos por el final. En toda
relación amorosa, existen tres fases. Y si no me creen, pregúntele a Romeo y
Julieta, o a Eloísa y Abelardo, los amantes medievales que descansan en el
cementerio del Père-Lachaise de París. La primera consiste en la atracción, y
la hormona fundamental en todo este proceso es la testosterona, más abundante
en los varones, pero también presente en las féminas. De manera muy general,
digamos que esta hormona sería la encargada de prender la mecha en una relación.
Pero el tema no resulta tan sencillo. En las relaciones heterosexuales, resulta
que el olor de un hombre es el rasgo más interesante para que una mujer se
interese por él. Y no nos estamos refiriendo al camuflaje con perfumes,
colonias o desodorantes, sino a la propia esencia del individuo, la expresión
externa de los genes que conforman su sistema inmunitario. Esto lo asegura la
Dra. Rachel Herz, investigadora de la Universidad de Brown (Providence – Rhode
Island – EEUU). Al final del primer partido, el olfato vence a la vista.
En la segunda fase reina la pasión.
El trono pasa a ser ocupado por la dopamina, mágica sustancia capaz de
funcionar como hormona y neurotransmisor, presente incluso en los animales
invertebrados. Posee efecto euforizante y además es capaz de concentrar toda
nuestra atención en la persona amada. Sus principales efectos secundarios son
la taquicardia, el insomnio y la pérdida de apetito. Cuanta más dopamina, más
amor pasional, y en teoría, según el receptor celular que ocupe esta
catecolamina, mejor priorización de nuestros deseos y mayor acierto en la toma
de decisiones. Cuando el amor se acaba, seguramente ella tiene mucho que ver.
No eres tú, querida, ni soy yo. Es la dopamina...
La tercera fase es la del
compromiso. La oxitocina pasa a ser la hormona dominante en el sexo femenino y
la vasopresina en el masculino. Como dicen los autores en el artículo original,
“ambas son las responsables de la transformación de la turbación de éxtasis en
un mar calmo de satisfacción”.
Versignassi y Weingrill
concluyen que la reproducción sexual existe por un motivo, que no es
precisamente proporcionar placer. Éste sería la droga con la que el cuerpo nos
recompensa por el trabajo de combinar nuestros genes con los de otras personas,
acto que si finaliza con éxito, engendra un nuevo ser, un hijo. Los autores se
olvidaron, quizás intencionadamente, de todo lo que representa la sexualidad,
la afectividad y el amor, que a buen seguro, también poseen su propia Bioquímica.
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