Apremiado, por el barranco desando mis pasos,
Ni uno más ni uno menos,
como un perro abandonado entre los mil rayos del cielo.
Por tu aroma asfixiante, sin sabor ni consuelo,
alterando mi instinto he tentado al fuego,
en un remedo burlón de simulado revuelo.
Cuando faltas, una cortina de lluvia voraz
indolora carboniza el viento.
Entonces, urente señuelo,
Voy siguiendo el rastro que ocultas,
himno aciago de dolor, en tu fornido silencio.
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