Las tardes de tormenta dan para
mucho más de lo que uno se piensa. El repentino aguacero provocó que un
circunspecto Aloysius tuviera que quedarse en casa. Aprovechó esa circunstancia
para ponerme al día sobre un artículo especializado en el cual unos matemáticos australianos se han atrevido a rebatir, en tan solo 2 páginas, la teoría del
Caos y el Efecto Mariposa del insigne Robert L. Devaney, que en 1985 definió
matemáticamente el caos de un sistema.
El meteorólogo Edward N. Lorenz fue uno
de los pioneros en la defensa de la Teoría del Caos, observando que en las
predicciones del tiempo atmosférico pequeñas variaciones conducían a resultados
totalmente divergentes.
No se asusten. Nos explicaremos para se animen a seguir
leyendo. En términos generales, este efecto así poéticamente denominado hace
referencia a una sencilla circunstancia: el suave batir de las alas de una
mariposa en un extremo de este planeta sería capaz de provocar una hecatombe en
su extremo opuesto.
Recordé algunas aplicaciones de
esta teoría en el ámbito sanitario. Hace tiempo leí que una sencilla
identificación colocada en las historias clínicas de los pacientes de un centro
de salud, consistente en una pegatina que estableciera su condición de fumador,
había sido capaz de implicar a la mayoría de los profesionales en una campaña
de actuaciones encaminadas a que dichos pacientes abandonasen un hábito tan
pernicioso para su salud. Y es que el consejo médico resulta indispensable en
cualquier intervención para el tratamiento y la prevención del tabaquismo, y
encima ha demostrado ser eficaz, aunque modestamente, en todas las revisiones
de Medicina Basada en la Evidencia.
Pero también existe un efecto que nos
atreveríamos a denominar “mariposa inverso”: ambiciosos programas diseñados
exclusivamente desde el ámbito de la gestión sanitaria, sin tener en cuenta la
opinión y la colaboración de los profesionales, han devenido en sonoros
fracasos.
En la Historia de la Medicina existen múltiples anécdotas
similares. Dicen que Sir Alexander Fleming fue un científico doblemente
afortunado. Primero, porque descubrió la penicilina por casualidad, al
contaminarse unos cultivos bacterianos con un hongo procedente de la tierra de
unas plantas que adornaban su laboratorio. Por si fuera poco, el día que este
investigador se dispuso a probar su descubrimiento con animales de
experimentación, las cobayas se habían agotado. Entonces tuvo que echar mano de
unos sufridos ratones de laboratorio, y así se inició el uso terapéutico de tan
peculiar antibiótico. Pero ¿qué hubiese ocurrido si en lugar de ratones hubiera
empleado cobayas? Pues que hoy en día no dispondríamos de penicilina, al ser ésta
tóxica y mortal para esta especie.
Quizás el aleteo de una anónima mariposa
hubiera sido capaz de derramar una ínfima cantidad de tierra sobre los cultivos
bacterianos del Dr. Fleming. Y si no fue así, bien lo pudo haber sido. A esto,
los matemáticos le llaman literatura.