Decía Obelix: están locos estos
romanos. Hoy Aloysius parafrasea al orondo galo y afirma: son paradójicos estos
humanos. La historia del pensamiento es la historia de la contradicción,
repleta está de tesis y antitesis, de no por mucho madrugar amanece más
temprano y de a quién madruga Dios le ayuda, de estudios que demuestran que
dormir la siesta es pernicioso para la salud y de otros que parecen demostrar
todo lo contrario.
Sea como fuere, los trastornos
del estado del sueño constituyen una patología frecuente en las consultas de
atención primaria. El insomnio puede afectar a un 20% de nuestros prójimos,
aunque las cifras son muy variables de unos estudios a otros. En lo que sí
coinciden es que afecta más a las mujeres que a los hombres. Cuando aparece
desde la infancia o en la adolescencia, suele representar un problema para la
salud familiar en general, aunque en algunas de estas ocasiones tengamos que
movernos en la delgada línea roja que separa lo normal de lo patológico.
Una de las causas que provoca más
alteraciones en la cantidad y calidad del sueño es el trabajo a turnos y el
trabajo nocturno. Estas circunstancias obligan al individuo en cuestión a un
proceso de adaptación nada sencillo; por un lado, deberá habituar su organismo
a un sistema distante de la ortodoxia de los ritmos circadianos, nuestro reloj
biológico, directamente relacionados con diferentes hormonas (tiroideas,
suprarrenales, estradiol, las que controlan los ciclos ovárico y menstrual, la
renina…) Por otro lado, estos trabajadores deberán aclimatarse también a
entornos hostiles, intentando dormir por ejemplo durante el día, cuando el
ruido ambiental o la luminosidad se convierten en dificultades adicionales a la
hora de conciliar un sueño reparador.
Por si todo esto no fuera lo
suficientemente pernicioso, la revista Science
Translational Medicine ha publicado recientemente un estudio dirigido por
de O.M. Buxton, de la Universidad de Harvard (EEUU), donde el trabajo nocturno está
relacionado con un mayor riesgo de padecer diabetes y obesidad. La alteración
de los ciclos de sueño-vigilia afectaba directamente a las células pancreáticas
encargadas de secretar insulina. De la misma manera, la reducción metabólica
basal provocaba que estos individuos pudieran adquirir anualmente unos 5
kilogramos de más. Pero lo más llamativo de este estudio fue que si las
condiciones adversas para el sueño revertían a la normalidad, en apenas nueve días
los trastornos del metabolismo se normalizaban. Indudablemente, el descanso
mejora nuestra calidad de vida. El Dr. Erol Fikring, epidemiólogo de la
Universidad de Yale, demostró en un trabajo publicado en Inmunity que el éxito de nuestro sistema inmune a la hora de
combatir una enfermedad depende de un ritmo circadiano de 24 horas.
Pues ya lo saben. Intenten
dormir y descansar bien. Su salud va en ello. Y no sólo eso. Un grupo de científicos
de la Universidad de Berkeley (EEUU) ha demostrado que dormir poco y mal nos
hace más egoístas y ariscos. Ya lo decía Calderón de la Barca, la vida es sueño.
Nosotros le damos la vuelta a la tortilla y afirmamos que el sueño es vida.
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