Una vez más, ante mi exigua
originalidad, solicito la indulgencia del lector. El título de la legendaria
obra de Ray Bradbury nos sirve hoy para introducir unas cuestiones biológicas sobre
la posible colonización humana del planeta rojo.
Cabría atribuir al insaciable afán de conocimiento la aventura de habitar un mundo mucho más inhóspito
que el nuestro, con temperaturas que oscilan entre los 87 y los 5 grados bajo
cero y una superficie poblada por cráteres de impacto, volcanes y campos de
lava, dunas de arena y cauces secos. En Marte no hay agua líquida, indispensable
para la vida. Se especula que ésta pueda esconderse abundante en su subsuelo.
Hace 2000 millones de años, múltiples cavernas marcianas habrían captado por
filtración el agua procedente de la superficie, dejando las cicatrices de profundos
canales en las rocas calizas. Marte disponía entonces de una atmósfera más
densa que lo protegía del devastador efecto de las radiaciones cósmica y solar.
Mientras los ciclamores engalanan
la primavera ourensana con su manto violáceo, Mars One, una empresa holandesa
intenta reclutar voluntarios para la primera colonia humana en Marte. Se trata
de una organización sin ánimo de lucro. Dispone de su propia página web
(mars-one.com), por si alguien se anima a apuntarse, y esperan consolidar su
presencia marciana en 2023.
A falta del suficiente poderoso caballero don
dinero, los beneficios aportados por el show televisivo que transmitiesen tamaña
audacia podrían suponer una lucrativa fuente de financiación, desde el proceso
de selección de los aspirantes, pasando por su necesario adiestramiento físico
y psicológico, hasta el “amartizaje” y residencia posterior en Marte. Eso sí,
los elegidos emprenderían un viaje sin retorno.
Un periplo prolongado, de 7 a 8
meses, confinados en una nave de espacio limitado, con la consiguiente pérdida
de masa muscular y ósea a pesar del indispensable ejercicio, provocaría efectos
indeseables en la anatomía de los astronautas. Una vez instalados allá, la
adaptación al campo gravitacional marciano, casi 3 veces inferior al terrestre,
imposibilitaría la vuelta a casa.
Los aspirantes a marciano deberían enfrentarse a
varios problemas para su supervivencia: atmósfera rica en dióxido de carbono, sin
apenas oxígeno, ausencia de agua líquida, por lo menos en la superficie del
planeta, y una intensa radiación solar y cósmica capaz de provocar daños en su material
genético, limitando la existencia de la vida en Marte a una profundidad
superior a los 8 metros bajo su superficie. ¿Y cómo se reproducirían en esas
condiciones? ¿Cómo ampliarían su descendencia?
Para la terraformación marciana
haría falta, en primer lugar, la importación de vida microbiana y vegetal capaz
de generar el suficiente oxígeno capaz de dulcificar la atmósfera marciana.
Sostiene el animoso Aloysius que por algo la bandera oficiosa de Marte tiene
tres bandas verticales: roja, verde y azul.
E intencionadamente, ha dejado
sobre mi mesa un libro abierto por una página: “tenían en el planeta Marte, a orillas de un mar seco, una casa de
columnas de cristal, y todas las mañanas se podía ver a la señora K mientras
comía la fruta dorada que brotaba de las paredes de cristal, o mientras
limpiaba la casa con puñados de un polvo magnético que recogía la suciedad y luego
se dispersaba en el viento cálido”.
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