Los que saben mucho más que yo
de todas estas cuestiones me enseñaron que la morbilidad y la mortalidad en las
etapas adolescente y juvenil están provocadas, en la mayoría de las ocasiones,
por factores conductuales y extrínsecos al propio individuo, como por ejemplo
el consumo de alcohol y otras drogas, accidentes de tráfico o en el tiempo de
ocio, violencia, enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados,
fracaso escolar, trastornos de la alimentación, suicidios… No creo que estos
hechos hayan variado demasiado en las últimas décadas.
Preservar la salud y prevenir la
enfermedad en estas etapas tempranas de la vida, difieren de las medidas
recomendadas desde el ámbito sanitario para otras edades.
El inquisitivo Aloysius está
tratando de encontrar la justificación a determinados comportamientos de riesgo
desarrollados por algunos jóvenes, más allá del mero interés por conocer o
experimentar nuevas sensaciones al margen de la prudencia que nos enseña la
experiencia. En este sentido, Jamie Derringer, investigadora de la Universidad
de Minnesota, recientemente ha empleado una técnica para averiguar cuál es la
genética que subyace en el deseo de experimentar sensaciones nuevas. Para ello,
seleccionó 8 genes con funciones relacionadas con la dopamina, un
neurotransmisor vinculado al preciso deseo de probar nuevas experiencias. Y
aunque resulta prematuro para establecer conclusiones definitivas, el equipo
investigador encontró evidencias genéticas capaces de explicar el
comportamiento humano, aunque sea parcialmente. Pero, la pregunta sin respuesta
persiste: ¿hasta dónde llega la influencia de nuestros genes y hasta dónde
alcanza la de nuestra sociedad y cultura?
Hoy traemos a colación estos
argumentos para ilustrar una práctica moderna y preocupante: el “slimming”,
tal y como comenzó a conocerse en los EEUU, donde se inició ante la existencia
de diversas trabas legales destinadas a evitar el consumo alcohólico por
menores de 21 años. El procedimiento resulta sencillo: se trata de empapar
tampones en bebidas alcohólicas que a continuación son introducidos en la
vagina o en el ano del consumidor. Obviamente, estas mucosas no están
preparadas para el contacto continuado con el alcohol, lo que provoca lesiones
locales y el incremento de infecciones. Pero, dadas las especiales
características anatómicas de la región genital, el alcohol así absorbido pasa
fácilmente a la sangre y los efectos embriagadores se consiguen de manera mucho
más rápida. Al ser muy difícil calcular las dosis de alcohol empleadas, las
intoxicaciones etílicas graves resultan mucho más frecuentes y peligrosas.
Por desgracia, en demasiadas
ocasiones, unas prácticas de riesgo llevan a otras, consumiendo además otras
drogas por estas vías, lo que multiplica el riesgo de accidente y enfermedad.
Se me viene a la memoria aquella frase que siempre decía un amigo de juventud
cuando se pasaba con el alcohol: tranqui tío, que ya controlo… Un
accidente de tráfico segó su vida cuando apenas contaba 21 años. Un hermoso y
joven cadáver que descansa en paz.
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