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01 noviembre 2013

CAMBIOS


Sostiene Aloysius que si a estas reflexiones les pudiéramos asociar una banda sonora, algunos elegirían entre “Changes” (1971) de David Bowie, (el tiempo puede cambiarme, pero no puedo remontar el tiempo) o “The Times They Are a-Changin” (1963), la paradigmática canción protesta de Bob Dylan, todo un himno generacional. 

Sabemos que uno de los principales talentos del ser humano, esencial para su desarrollo evolutivo, es la capacidad de adaptación a los cambios. El mismísimo Charles Darwin defendió que las especies que mejor responden a los cambios sobreviven mejor que aquellas otras más fuertes e inteligentes. Este hecho particular es perfectamente extrapolable a las poblaciones. Pero también a los sistemas sanitarios, que deben adaptarse para responder con eficacia y celeridad a los actuales cambios sociales, demográficos y epidemiológicos, los verdaderos responsables de los nuevos problemas de salud, cada vez más diversos y complejos. 

Y es que los mayores avances sanitarios se han producido en muy poco tiempo, en menos de un siglo, con descubrimientos tales como la anestesia, las vacunas, los antibióticos, la potabilización del agua y del saneamiento de los residuos humanos. Pero también con la agricultura extensiva y la desaparición de las hambrunas.

Vivimos en un entorno tan cambiante que lo que hoy es moda mañana es olvidado como un breve recuerdo del pasado. Es la sociedad de la celeridad. La información generada hoy en día por la humanidad es tan considerable que algunos expertos hablan de la parálisis por el análisis. Los pacientes, los usuarios de los sistemas sanitarios, son capaces de acceder a infinidad de referencias especializadas que muchas veces dejan atrás a los propios expertos. Ya no vale con decirle al médico que nos duele una rodilla. Ahora demandamos, con mayor o menor intensidad, la realización de complejas pruebas diagnósticas que nos aporten el diagnóstico exacto de nuestra patología. Los que saben de gestión sanitaria deben conseguir la eficiencia, es decir, alcanzar un objetivo determinado con los recursos mínimos necesarios para ello. Atrás hemos dejado la eficacia, cualidad centrada únicamente de la consecución del efecto deseado. Ahora también cuentan los costes. 

Llegados a este punto, cada vez son más los que denuncian la incapacidad de los sistemas sanitarios clásicos para atender las demandas actuales de la población. Este problema ocurre tanto en los modelos públicos como en los privados. Poco a poco, el Estado dejará de ser gestor sanitario para convertirse en garante de la salud de sus ciudadanos. Habrá a quienes no les guste, pero los derroteros irán hacia los presupuestos públicos por resultados, la autonomía en la gestión, los nuevos mecanismos de regulación y de competencia, y la colaboración público – privada. 

La sanidad que demanda la sociedad española actual, con un envejecimiento poblacional galopante y unas tasas de natalidad muy bajas nada tiene que ver con aquella otra que predominaba en la segunda mitad del pasado siglo XX. Tampoco la promoción de la salud y la prevención de la sanidad no son objeto exclusivo de los responsables sanitarios. La gestión de los servicios sanitarios públicos deberá regirse por los llamados principios del Buen Gobierno: participación, transparencia y justificación de cuentas. Porque ahí están los ciudadanos, para exigirlo.

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