Sostiene Aloysius que si a estas
reflexiones les pudiéramos asociar una banda sonora, algunos elegirían entre “Changes”
(1971) de David Bowie, (el tiempo puede cambiarme, pero no puedo remontar el
tiempo) o “The Times They Are a-Changin” (1963), la paradigmática canción
protesta de Bob Dylan, todo un himno generacional.
Sabemos que uno de los
principales talentos del ser humano, esencial para su desarrollo evolutivo, es
la capacidad de adaptación a los cambios. El mismísimo Charles Darwin defendió
que las especies que mejor responden a los cambios sobreviven mejor que
aquellas otras más fuertes e inteligentes. Este hecho particular es
perfectamente extrapolable a las poblaciones. Pero también a los sistemas
sanitarios, que deben adaptarse para responder con eficacia y celeridad a los
actuales cambios sociales, demográficos y epidemiológicos, los verdaderos responsables
de los nuevos problemas de salud, cada vez más diversos y complejos.
Y es que los
mayores avances sanitarios se han producido en muy poco tiempo, en menos de un
siglo, con descubrimientos tales como la anestesia, las vacunas, los antibióticos,
la potabilización del agua y del saneamiento de los residuos humanos. Pero
también con la agricultura extensiva y la desaparición de las hambrunas.
Vivimos en un entorno tan
cambiante que lo que hoy es moda mañana es olvidado como un breve recuerdo del
pasado. Es la sociedad de la celeridad. La información generada hoy en día por
la humanidad es tan considerable que algunos expertos hablan de la parálisis por
el análisis. Los pacientes, los usuarios de los sistemas sanitarios, son
capaces de acceder a infinidad de referencias especializadas que muchas veces
dejan atrás a los propios expertos. Ya no vale con decirle al médico que nos
duele una rodilla. Ahora demandamos, con mayor o menor intensidad, la realización
de complejas pruebas diagnósticas que nos aporten el diagnóstico exacto de nuestra
patología. Los que saben de gestión sanitaria deben conseguir la eficiencia, es
decir, alcanzar un objetivo determinado con los recursos mínimos necesarios para
ello. Atrás hemos dejado la eficacia, cualidad centrada únicamente de la
consecución del efecto deseado. Ahora también cuentan los costes.
Llegados a
este punto, cada vez son más los que denuncian la incapacidad de los sistemas
sanitarios clásicos para atender las demandas actuales de la población. Este
problema ocurre tanto en los modelos públicos como en los privados. Poco a
poco, el Estado dejará de ser gestor sanitario para convertirse en garante de
la salud de sus ciudadanos. Habrá a quienes no les guste, pero los derroteros
irán hacia los presupuestos públicos por resultados, la autonomía en la gestión,
los nuevos mecanismos de regulación y de competencia, y la colaboración público
– privada.
La sanidad que demanda la sociedad española actual, con un
envejecimiento poblacional galopante y unas tasas de natalidad muy bajas nada
tiene que ver con aquella otra que predominaba en la segunda mitad del pasado
siglo XX. Tampoco la promoción de la salud y la prevención de la sanidad no son
objeto exclusivo de los responsables sanitarios. La gestión de los servicios
sanitarios públicos deberá regirse por los llamados principios del Buen
Gobierno: participación, transparencia y justificación de cuentas. Porque ahí
están los ciudadanos, para exigirlo.
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