Nuestra existencia está
repleta de paradojas. Sólo hace falta observar cómo nos comportamos cotidianamente,
en múltiples ocasiones. Ya nos lo recordaban los clásicos, con el cuento aquel
de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio. Si como individuos, los
humanos resultamos seres contradictorios, la complejidad de tantos elementos
convierte en este caso al conjunto, a la sociedad, a la humanidad en general,
en un colectivo en permanente equilibrios entre el absurdo y la
sensatez.
Hoy nos gustaría reflexionar sobre tres paradojas muy concretas. La
primera hace referencia a esa lacra denominada violencia machista. No es la
primera vez que hago pública mi admiración por la sociedad escandinava, quizás
porque tuve ocasión de conocerla un poco en una época determinada, a mediados
de los años 80. Sin embargo, visitas posteriores a Dinamarca, Suecia y Noruega
han ido variando aquella particular imagen idílica de lo que un día había sido
la cuna del estado del bienestar.
Recientemente, la Agencia de los Derechos
Fundamentales de la Unión Europea ha publicado los datos de la mayor encuesta
mundial sobre esta problemática. A pesar de que un 13% resulta inadmisible, he
podido comprobar que España se encuentra entre los países europeos con menor
porcentaje de mujeres que han padecido violencia machista. Por el contrario, el
52% de las danesas y el 47% de las finlandesas declaran haber sido víctimas de
algún tipo de violencia física o sexual a partir de los 15 años. ¿Cómo es esto
posible?
Los expertos atribuyen estas cifras a la mayor concienciación de las
mujeres nórdicas a la hora de denunciar cualquier tipo de comportamiento
machista contra su integridad personal. De todas las maneras, en nuestro país
parece ser que comienzan a dar sus frutos las campañas de sensibilización, las
medidas jurídicas y judiciales, así como el profundo rechazo social contra los
maltratadores.
La segunda paradoja hace
referencia a los suicidios. Parece ser que las personas se quitan la vida con
mayor frecuencia en aquellos países con mayores índices de prosperidad
(Dinamarca, Canadá, EEUU, Suiza…) Los últimos estudios científicos publicados
constatan esta tendencia. Como justificación, los expertos pensaron en las
escasas horas de luz solar anuales en dichas latitudes, pero los factores
culturales y cierta actitud social respecto a la felicidad han resultado más
determinantes.
En España, se mantiene la contradicción, pues el mayor riesgo de
suicidio ocurre en las regiones del Norte, mientras Andalucía, donde el
desempleo y el empobrecimiento se ha incrementado dramáticamente en la última década,
las tasas de suicidios son inferiores.
Por último, la paradoja de la alimentación.
Las tasas de mortalidad cardiovascular más elevadas en España se sitúan en
aquellas regiones donde teóricamente prima la dieta mediterránea. Y en Francia,
con un consumo mayor de grasas saturadas en su alimentación (quesos, leche
entera y patés) fallecen proporcionalmente menos prójimos debido a enfermedades del
aparato cardiovascular que en otros países con dietas teóricamente más
saludable. Hay quien justifica este hecho por los supuestos beneficios del vino
tinto y su riqueza en antioxidantes (resveratrol y flavonoides)
Al final, va a
ser cierto que para una mayor salud resulta más importante el código postal de
un individuo que su propio código genético.
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