En el año 2000 se estrenó en la
gran pantalla “La tormenta perfecta”, la adaptación cinematográfica de la
novela homónima del escritor Sebastian Junger. El cineasta alemán Wolfgang
Petersen eligió al carismático George Clooney para encarnar al capitán Billy
Thyne, un esforzado patrón de pesca que no dudó en arriesgar su propia vida y
la de su tripulación intentando retornar con su navío a puerto. A pesar de la
dilatada y exitosa carrera del galán norteamericano, nadie niega el punto de
inflexión que en la misma representó su interpretación del pediatra Dr. Doug
Ross, en la galardonada serie televisiva “Urgencias”.
Una vez más el cine,
fuente de vocaciones médicas. Hoy, parafraseando el título de aquella película,
el brote epidémico de enfermedad de Ébola que a estas alturas ya ha hecho
sucumbir a un millar de prójimos en varios países africanos podría representar
para la sanidad actual el problema perfecto, causado por el virus perfecto. Sostiene
el sapiente Aloysius que las
ciencias del siglo XXI solamente han identificado al 1% de todos los
microorganismos existentes en nuestro planeta. Y eso porque la enorme mayoría de
éstos resulta patógena para el ser humano o los animales domésticos.
¿Por qué el virus Ébola puede
representar un tremendo problema sanitario?
En primer lugar, aunque parezca una
obviedad, por tratarse precisamente de un virus. Poco a poco la medicina ha ido desarrollando
diferentes antibióticos contra las bacterias y otros microorganismos patógenos.
La irrupción de ciertos virus, como el asociado a la inmunodeficiencia humana
(VIH) en la década de los años 80, puso de manifiesto las enormes dificultades
de los sistemas sanitarios para encontrar vacunas y fármacos eficaces frente a
los mismos. Otro tanto podríamos especular respecto a la limitada pandemia de
gripe A (H1N1) entre 2009 y 2010.
En segundo lugar, el período de incubación de
la infección Ébola es variable, si bien existen casos en los que puede alcanzar
las 3 semanas. Esto implica que muchas personas infectadas todavía no enfermas,
pueden diseminar ampliamente el virus dentro de la comunidad. Si a esta
particular circunstancia añadimos la globalización, la superpoblación de las
grandes urbes y la celeridad de los medios de transporte, sobran casi las
explicaciones.
En tercer lugar, el virus se transmite por contacto directo con
fluidos corporales: sangre, saliva, orina, sudor y vómitos. Las condiciones de
hacinamiento y de escasa higiene multiplican el riesgo de esta infección, tal y
como ocurrió durante aquellas grandes plagas que diezmaron la población europea
en la Edad Media. La letalidad del Ébola es rápida y extensa. Durante el brote
de 1976 fallecieron alrededor del 90% de los infectados.
Por último, su
comienzo abrupto, con cefalea, fiebre elevada, dolores musculares intensos y la
aparición posterior de graves hemorragias obligan a un intenso despliegue de
medios destinados al precoz tratamiento sintomático de los enfermos.
El capitán
Billy Thyne nunca consiguió arribar con el “Andrea Gale” al puerto de
Gloucester. Nosotros aguardamos impacientes el remedio que despeje los fatídicos
negros nubarrones esparcidos por el Ébola en la singladura del ser humano sobre
este maravilloso planeta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario