En marzo de 2014, los trabajadores
de un pequeño hospital meridional de Guinea, alertaron a las autoridades
sanitarias del país y a Médicos Sin Fronteras de los primeros casos de
enfermedad de Ébola. Así se desató la actual epidemia. Conocemos el principio
de la historia pero veremos cuál es su desenlace final. De momento, cuando
escribimos estas líneas, más de 2000 muertos en Guinea, Sierra Leona, Liberia y
Nigeria.
160 años más tarde, en marzo de 1854, en una pequeña localidad de
Silesia (hoy en día Polonia), en el seno de una familia judía nació el Doctor
Paul Ehrlich, eminente microbiólogo alemán galardonado con el Nobel de Medicina
en 108 por sus magníficos descubrimientos e investigaciones clínicas.
Virus, bacterias, hongos, parásitos…
Diminutas formas de vida que acompañan al ser humano en su tránsito por este
planeta, causantes de muerte y enfermedad, pero también indispensables para la
protección y conservación de nuestra salud. Para ilustrar tan especial relación,
tengamos en consideración un ejemplo. Sobre un centímetro cuadrado de nuestra
piel descansan alrededor de 10000 bacterias. Si penetramos en las capas más
superficiales de nuestra epidermis, el número de bacterias alcanza las 50000
por centímetro cuadrado. Y si por fin alcanzamos la dermis más profunda, allí
donde nacen los folículos pilosos, podríamos contar hasta 1 millón de bacterias
por centímetro cuadrado.
Sin duda alguna, la flor y nata
de la investigación actual trabaja contra el reloj en sus laboratorios en la
procura de una vacuna o un tratamiento eficaz contra el virus de Ébola. Una de
sus líneas más prometedoras intenta emplear, como balas mágicas, la propia
inmunidad del paciente. Más concretamente, se están sintetizando anticuerpos
capaces de bloquear la propagación del virus a partir de las células infectadas.
Sueros experimentales de este
tipo han sido empleados, con suerte bien diversa, en casos muy limitados de
humanos infectados por este virus letal. Así consiguieron sobrevivir los
cooperantes norteamericanos Kent Brantly y Nancy Withebrol, pero no el
religioso español Miguel Pajares, de edad más avanzada y con un deterioro
general de su salud provocado por la concomitancia con otras patologías. El
proceso de aprobación de una vacuna o un fármaco para uso en humanos debe pasar
un proceso perfectamente definido, que consta de varias fases, y necesita un
periodo de tiempo que se convierte en una pesada losa al tratarse de brotes
epidémicos.
Viajemos en el tiempo, desde la
actualidad al último cuarto del siglo XIX. Ciertas enfermedades infecciosas,
como por ejemplo la difteria, aterrorizaban entonces a la humanidad tanto como
el Ébola hoy en día. Humildes ratones y plantas de tabaco han servido para el
desarrollo de los sueros de anticuerpos contra el Ébola.
Ehrlich, Behring y
otros pioneros emplearon esforzados garañones para elaborar los sueros antidiftéricos
que tantas vidas salvaron hace décadas, cuando no existían aquellas balas mágicas
que hoy llamamos antibióticos. Confiemos pues, en la fortaleza de nuestro
arsenal.
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