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12 septiembre 2014

BALAS MÁGICAS


En marzo de 2014, los trabajadores de un pequeño hospital meridional de Guinea, alertaron a las autoridades sanitarias del país y a Médicos Sin Fronteras de los primeros casos de enfermedad de Ébola. Así se desató la actual epidemia. Conocemos el principio de la historia pero veremos cuál es su desenlace final. De momento, cuando escribimos estas líneas, más de 2000 muertos en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Nigeria. 

160 años más tarde, en marzo de 1854, en una pequeña localidad de Silesia (hoy en día Polonia), en el seno de una familia judía nació el Doctor Paul Ehrlich, eminente microbiólogo alemán galardonado con el Nobel de Medicina en 108 por sus magníficos descubrimientos e investigaciones clínicas.

Virus, bacterias, hongos, parásitos… Diminutas formas de vida que acompañan al ser humano en su tránsito por este planeta, causantes de muerte y enfermedad, pero también indispensables para la protección y conservación de nuestra salud. Para ilustrar tan especial relación, tengamos en consideración un ejemplo. Sobre un centímetro cuadrado de nuestra piel descansan alrededor de 10000 bacterias. Si penetramos en las capas más superficiales de nuestra epidermis, el número de bacterias alcanza las 50000 por centímetro cuadrado. Y si por fin alcanzamos la dermis más profunda, allí donde nacen los folículos pilosos, podríamos contar hasta 1 millón de bacterias por centímetro cuadrado.

Sin duda alguna, la flor y nata de la investigación actual trabaja contra el reloj en sus laboratorios en la procura de una vacuna o un tratamiento eficaz contra el virus de Ébola. Una de sus líneas más prometedoras intenta emplear, como balas mágicas, la propia inmunidad del paciente. Más concretamente, se están sintetizando anticuerpos capaces de bloquear la propagación del virus a partir de las células infectadas.

Sueros experimentales de este tipo han sido empleados, con suerte bien diversa, en casos muy limitados de humanos infectados por este virus letal. Así consiguieron sobrevivir los cooperantes norteamericanos Kent Brantly y Nancy Withebrol, pero no el religioso español Miguel Pajares, de edad más avanzada y con un deterioro general de su salud provocado por la concomitancia con otras patologías. El proceso de aprobación de una vacuna o un fármaco para uso en humanos debe pasar un proceso perfectamente definido, que consta de varias fases, y necesita un periodo de tiempo que se convierte en una pesada losa al tratarse de brotes epidémicos.

Viajemos en el tiempo, desde la actualidad al último cuarto del siglo XIX. Ciertas enfermedades infecciosas, como por ejemplo la difteria, aterrorizaban entonces a la humanidad tanto como el Ébola hoy en día. Humildes ratones y plantas de tabaco han servido para el desarrollo de los sueros de anticuerpos contra el Ébola. 

Ehrlich, Behring y otros pioneros emplearon esforzados garañones para elaborar los sueros antidiftéricos que tantas vidas salvaron hace décadas, cuando no existían aquellas balas mágicas que hoy llamamos antibióticos. Confiemos pues, en la fortaleza de nuestro arsenal.

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