Sostiene el censor Aloysius que
el mundo de la medicina, como el de la indumentaria, está sujeto a las
tendencias de la moda. Ante mi extrañeza, comenzó a bombardearme con una
descarga de argumentos. Hace unas décadas, a los pacientes con colesterol
elevado le estaban proscritos los pescados azules. Con el paso del tiempo, y
después de la suficiente evidencia, tal tendencia experimentó un giro radical,
hasta tal punto que la prestigiosa Harvard Medical School actualmente recomienda
este tipo de alimento en las dietas elaboradas para disminuir los niveles de
colesterol. Como escuderos de tan preciadas viandas se sitúan los frutos secos,
en especial las nueces, la berenjena, la avena, una amplia variedad de frutas y
la okra, una planta tropical comestible originaria de África.
De esta sencilla manera,
el olor peculiar de las sardinas fritas comenzó de nuevo a impregnar el
ambiente de los patios de luces de la vecindad, y tan humilde producto de los
mares recuperó su puesto de honra en nuestra escala alimentaria. El pan, la
cerveza, las patatas o el chocolate, por nombrar algunos otros ejemplos de
comestibles habituales, se vieron envueltos en controversias semejantes a la de
los pescados azules.
Según nuestro inefable camarada, ahora le ha tocado el turno
a los edulcorantes artificiales, como la sacarina. Descubierta a finales del
siglo XIX a partir del alquitrán de hulla, su uso como edulcorante no calórico
se generalizó durante el pasado siglo XX. Y aunque parezca mentira, actualmente
se sintetiza a partir de derivados del petróleo, como el tolueno. Desde siempre,
la sacarina se ha asociado a dietas y productos bajos en calorías.
Investigadores israelíes
pertenecientes al Instituto Weizmann de la Ciencia, acaban de publicar en la
revista “Nature” los resultados de un trabajo en el que han relacionado el
consumo de diversos edulcorantes artificiales no calóricos, aspartamo, sucralosa
y la propia sacarina, con el desarrollo de intolerancia a la glucosa en ratones
de laboratorio. Sin embargo, este hecho no ocurrió en aquellos animales a los
que se les suministró sólo azúcar.
Como este tipo de sustancias químicas
no se absorben en el intestino, la causa del trastorno pudiera explicarse por
las alteraciones provocadas a nivel de la flora bacteriana local. No han tardado
en surgir las voces discordantes con estos hallazgos.
Dejando a una lado las
dudas que pudieran plantear la extrapolación de un estudio de investigación
animal a los humanos, de cuyos ejemplos fallidos está repleta la literatura
científica, el Dr. Stephen O´Rahilly, de la Universidad de Cambridge, publicó
en “Diabetología” un estudio realizado con más de 300000 prójimos, sin hallar
relación entre el consumo de bebidas edulcoradas artificiales y la diabetes.
Indudablemente,
un amplio y novedoso campo de investigación ha quedado abierto, pues el
apasionante mundo las bacterias intestinales y su relación con nuestra salud o
enfermedad apunta interesantes averiguaciones.
Como información complementaria,
el 14 de diciembre de 2010, la Agencia de Protección Ambiental de EEUU (EPA)
eliminó la sacarina de su lista de sustancia peligrosas, al estimar que no representa
un peligro para la salud.
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