Hoy se inaugura la 19ª edición del OUFF, el Festival de Cine de Ourense. Se ha
creado mucha expectación por el estreno de “A Esmorga” (Ignacio Vilar, 2014),
una nueva versión de la novela de Eduardo Blanco Amor, descarnada crónica de
una jornada vertiginosa de desenfreno y tragedia.
Cada día, la mirada de metal
fundido de Don Eduardo se recrea en el sol que se oculta tras el monte del
Seminario, mirada clara, intemporal, como la del gordo “Buck” Mulligan, que
desde la Torre Martello ofrecía al Universo un cuenco con espuma de jabón de
afeitar, frente al mar verde moco irlandés, envuelto en una lustrosa bata
amarilla.
“A Esmorga” de Blanco Amor tiene en común con el “Ulyses” de James
Joyce el relato minucioso de la vida de unos personajes durante 24 horas de su
existencia. En Ourense, a modo de Bloomsday, existe un roteiro literario para conmemorar los pasos de aquellos tunantes de
ficción, señalizado mediante 8 coloreadas placas de cerámica de Manolo
Figueiras, desde la Avenida de Zamora hasta la Alameda, la última cercana al
lugar donde precisamente hoy se erige la estatua de Blanco Amor.
En 1977, el
prestigioso cineasta Gonzalo Suárez se atrevió con esta misma obra. La película
se tituló “Parranda” y contó con elenco de consagrados actores españoles,
alguno de ellos ya desaparecido, como el inefable Antonio Ferrandis, que de “Mil
Hombres” pasó a “Chanquete” gracias a la magia de la televisión. José Sacristán
fue “Cibrán” y José Luis Gómez “El Bocas”. La actriz argentina Marilina Ross,
catapultada a la fama como protagonista de “La Raulito” (Lautaro Murúa, 1975) encarnó
a la desdichada “Socorrito”. Ahora, en 2014, Miguel de Lira, Karra Elejalde y
Antonio Durán “Morris” se han metido en la piel de “Cibrán”, “O Bocas” y el taimado
“Milhomes”, al que también dio vida en 1997 mi querido y admirado Sergio Pazos en
la pequeña pantalla.
Considerando la cinta de Gonzalo
Suárez y la novela original de Blanco Amor, en MEDYCINE nos permitimos un
sencillo ejercicio médico matemático consistente en calcular la cantidad de
alcohol que los esmorgantes fueron
capaces de trasegar en su disparatada jornada.
Comenzaron el día con albor en la taberna
de la Tía Esquilacha con 2 ó 3 jarros de vino de 2 netos cada uno (un neto
equivale a medio litro) y un cuartillo de aguardiente (más o menos también
medio litro), “para curarse el catarro”, pasando por infinidad de botellas de
vino, aguardiente, licor café, anís escarchado, litros de queimada en el pazo
de O Castelo, donde las canadas (recipiente de latón capaz de albergar unos 4
litros) pasaban de mano en mano hasta completar una cantidad cercana a los 24
litros de alcohol repartidos entre aquellas gargantas sedientas, para finalizar
con más botellas de licor y vino añejo dispuestas sobre las mesas de la Casa
dos Andrada y que sirvieron para nublar el sentido de O Bocas, un alcohólico
con un más que probable trastorno de la personalidad antisocial, le llevaron a
cometer un crimen atroz que desencadenó el infortunio para él y sus
borrachos camaradas.
Y que, como en otras ocasiones parecidas, sostiene el
obstinado Aloysius que la conciencia es soluble en alcohol.
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