El último número de la
prestigiosa revista “The Lancet”, cuya referencia ha sido mencionada en estas páginas
en varias ocasiones anteriores, presenta ciertas valiosas aportaciones sobre la
salud de las personas mayores. La primera de ellas, firmada por un grupo de
expertos de la OMS, confirma algo que venimos observando desde los años 80 del
pasado siglo XX.
En los países desarrollados, la esperanza de vida a los 60 años
se ha incrementado en mujeres y hombres. En el sexo masculino, estos datos
positivos se apoyan en el descenso del número de fumadores y en el mayor
control de las enfermedades cardiovasculares, fundamento común compartido con el
sexo femenino. Resumiendo: menos tabaco, mejor alimentación, práctica de ejercicio
físico y mejor diagnóstico y tratamiento de la hipertensión, la diabetes y la
hipercolesterolemia.
Sin embargo, este fenómeno no se constató en los varones habitantes
de América Latina, el Caribe, los países menos desarrollados de Europa ni en
Asia Central, ni tampoco en el global de las ciudadanas de los países con menos
ingresos económicos. Una evidencia más, y ya van unas cuantas, de que en la
preservación de la salud y en la lucha contra la enfermedad de momento resulta
más importante el código postal que el genético.
En segundo lugar, aunque la
senectud no tiene por qué ir indefectiblemente de la mano de la enfermedad, sí es
cierto que el 23% de la carga mundial por enfermedades corresponde a las
personas mayores de 60 años. A esto contribuyen, en primer lugar, las
enfermedades cardiovasculares, seguidas por el cáncer, las enfermedades
respiratorias crónicas, las enfermedades del aparato locomotor, como por
ejemplo la artrosis, y los trastornos neurológicos y mentales, como por ejemplo
las demencias.
Una vez más, los expertos internacionales insisten en la
prevención primaria de todas estas patologías, especialmente durante las etapas
más precoces de la vida, una responsabilidad éste tanto individual como
colectiva. Debemos seguir mejorando en materia de política sanitaria, pues una
buena gestión se basa precisamente en abandonar las prioridades equivocadas en
salud mental, en no discriminar a la población según su sexo y edad, en preparar
los sistemas de salud para atender las enfermedades crónicas, así como en integrar
la atención en modelos socio-sanitarios capaces de responder a la demanda de
una población cada vez más mayor y afectada por patologías múltiples.
El coste
social y económico provocado por demencias, accidentes cerebrovasculares,
enfermedad pulmonar obstructiva crónica y deficiencias visuales surge más de la
propia discapacidad que de la mortalidad.
En una provincia como Ourense,
que destaca por encontrarse entre las más envejecidas de España, incluso de
Europa y del planeta, está claro que las medidas de política sanitaria deberán enfocarse
cada día más en la prevención de la enfermedad, desde edades infantiles y
juveniles, y en la mayor atención a un nada desdeñable grupo de nuestra población
en riesgo de padecer discapacidad y pluripatologías. Conocemos perfectamente de
qué nos enfermamos y por qué morimos. Pues entonces, manos a la obra.
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