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30 enero 2015

ENFERMEDADES MUSICALES (SOPLAD, SOPLAD, MALDITOS!!!)



¿Puede la práctica musical provocar enfermedades? La otra tarde, a la espera de que cayera una copiosa nevada, el siempre inquisitivo Aloysius me interrogaba sobre estas cuestiones. 

Todavía conservo un antiguo artículo del British Medical Journal, publicado en diciembre de 1999 por Sanjay Kinra y Mona Osaka, especialistas británicos en Salud Pública y Medicina Social, en el que se planteaban la hipótesis de que la práctica del saxofón podía resultar perjudicial para la salud del intérprete. 

Desde hace años, mantengo viva mi afición por el jazz. He tenido la oportunidad de escuchar a las más grandes figuras internacionales del género, muchas de ellas dentro del Café Latino, en Ourense. Allí fui testigo de una impactante actuación, la de la última formación que acompañara al genial Charlie Mingus: el pianista Don Pullen, el batería Dannie Richmond y el saxofonista George Adams. 

De este último, vestido para la ocasión con una amplia túnica africana, recuerdo su compacta y alta figura combada hacia atrás en un difícil escorzo, mientras realizada un solo interminable con su saxo tenor. Me preguntaba entonces cómo sería capaz aquel músico de hacer sonar su instrumento respirando a la vez. La respuesta está en el viento, en una técnica excepcional, denominada respiración circular, que permite soplar exhalando el aire de los pulmones a la vez que se inhala por las fosas nasales. 

El trompetista Dizzy Gillespie, todo un clásico, era capaz de almacenar gran cantidad de aire en su cuello y mejillas, adoptando una espectacular deformación en su rostro mientras tocaba su instrumento. Algunos investigadores ya habían alertado sobre la posibilidad de que se desencadenaran accidentes vasculares cerebrales por culpa de estos esfuerzos. Para producir las notas más agudas, trompetistas y asimilados deben realizar con los labios una presión equivalente a un peso de 20 kilos, lo que a la larga puede llevar a la pérdida del tono muscular bucal obligándoles a abandonar su profesión. 

Retomando el artículo de Kinra y Osaka, los investigadores realizaron un estudio de cohortes incluyendo 813 famosos músicos de jazz nacidos entre el 1 de enero de 1882 y el 30 de junio de 1974. De todos ellos, 349 (un 43%) fallecieron durante el periodo de seguimiento del estudio, finalizado el 15 de febrero de 1998. Detectaron que los saxofonistas presentaban el mayor riesgo de muerte. 

Encontraron otras diferencias significativas en contra de los músicos de origen estadounidense y de los que habían sido líderes de sus correspondientes bandas o multiinstrumentistas. Los que tocaban dispositivos de metal o madera también padecieron una mortalidad significativamente mayor que los vocalistas, por ejemplo. 

El incremento de la presión ejercida sobre el cuello al soplar implica una reducción del flujo sanguíneo al cerebro, pudiendo causar una isquemia, además de bloqueo venoso, que incrementa el riesgo de tromboembolismo. De todas las maneras, la respiración circular no pudo ser evaluada. 

Parece ser entonces que lo más sano sería cantar bajo la ducha. Con agua caliente, por favor. Y de soplar, más bien poco. En todos los sentidos. Y ahora nos vamos a escuchar al incombustible John Coltrane.



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