Acaban de remitirme por correo
electrónico la actualización más reciente de la revista “Prescrire”, publicada
por un organismo francés que se define independiente y sin ánimo de lucro, dedicado
a la formación y a la información sobre los medicamentos a los profesionales de
la salud, y por ende, a los pacientes.
Esta última y exhaustiva revisión
de 2015, realizada entre los años 2010 y 2014, pone en solfa 71 fármacos, nada
más y nada menos, clasificados por especialidades que van desde la cardiología
y la diabetes hasta la psiquiatría, deteniéndose en campos más específicos como
la neurología (existe un apartado específico dedicado al tratamiento del
Alzheimer) o la hematología.
Aunque no resultan novedosas, me
han llamado la atención las alertas específicas para un grupo heterogéneo de fármacos
que suelen emplearse, quizás con demasiada frecuencia, en el tratamiento de la
congestión producida en las vías respiratorias altas como síntoma de resfriados,
catarros comunes e incluso de las formas más benignas de la gripe.
Estos medicamentos provocan la
vasoconstricción de la mucosa nasal y faríngea, representando un alivio de la
molesta obstrucción respiratoria, del taponamiento de la nariz. Los más
populares son efedrina y pseudoefedrina, nafazolina, oximetazolina y el sulfato
de tuaminoheptano. En algunas fórmulas, estos medicamentos figuran como
complemento de los mucolíticos.
Pues bien, los expertos informan
que este tipo de fármacos puede provocar severos trastornos cardiovasculares:
crisis hipertensivas, arritmias e infartos. Y además, son tremendamente
taxativos, pues estiman inaceptable el manejo de estas medicinas en procesos
respiratorios leves y generalmente de resolución espontánea y rápida.
Conocedor de mi cinefilia, el
sempiterno Aloysius me ha recordado el papel central que la pseudoefedrina
ocupa en el argumento de la popular serie norteamericana “Breaking Bad”, en el que
un profesor de química de un instituto de Alburquerque (Nuevo México), afectado
por un cáncer de pulmón avanzado, se convierte en un sanguinario
narcotraficante. El profesor Walter White, interpretado por un colosal Bryan
Cranston, construye su productivo imperio de metanfetamina azul sintetizando
tan devastadora droga a partir del aparentemente inocuo descongestionante nasal.
Como la ficción se ve superada, en demasiadas ocasiones, por la propia
realidad, parece ser que el verdadero Walter White inundó el mercado
estadounidense de la droga diez años antes de que la serie televisiva viera la
luz, desde una humilde cabaña rural en la más ignota Alabama. Cosas de la vida,
hoy en día una compañía telefónica utiliza como reclamo el anuncio del abogado
que defendía los intereses del Walter White imaginario: mejor, llama a Saúl.
Cuestión de narices.
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