Cuando escribimos estas líneas,
la última catástrofe que acaba de azotar a la humanidad es el terremoto de
Nepal, una tragedia que todavía computa víctimas, heridos, muertos,
desaparecidos. Como ya ocurriera en Haití en 2010, este tipo de desastres
naturales acarrean las consecuencias más dramáticas para aquellas poblaciones
aisladas por la geografía y deprimidas por su economía.
En la Escala Ritcher,
los efectos de un seísmo de 7.8 grados de intensidad se catalogan como graves, provocando
serios daños en extensas zonas. Las comunicaciones quedan cortadas, y el
suministro de agua, alimentos y medicinas se convierte en una misión imposible.
Indudablemente, la repercusión informativa del terremoto nepalí ha tenido como
caja de resonancia los testimonios de muchos alpinistas occidentales atrapados
en el Everest por avalanchas de nieve y rocas. Los dispositivos celulares han
permitido, una vez más, la transmisión en directo del desastre, incluso antes
de que las cámaras de los intrépidos periodistas gráficos comenzaran a captar
las imágenes de la desolación.
Nuevamente, como en el caso de Haití, lo peor
todavía está por venir, con una fase de recuperación tan ralentizada como así
lo quiera la ayuda y cooperación internacionales. Por cierto, en Nepal tan sólo
existen 2 médicos y 50 camas de hospital por cada 10000 habitantes. Piensen en
una ciudad como Ourense, donde apenas 20 médicos hubieran de ocuparse de la
salud de toda la comunidad.
Sin el concurso de una
naturaleza salvajemente desatada, la población del Yemen está padeciendo un
infortunio similar. En este caso, la voz de las armas sustituye al fragor de la
energía telúrica desbocada. Yemen es el país árabe más pobre, aunque en este
conflicto se enreden motivos económicos y religiosos, estos últimos enraizados
en ancestrales luchas intestinas suscitadas en el seno del Islam tras el
fallecimiento de Mahoma. Más de la mitad de la población yemení subsiste bajo
el umbral de la pobreza. De sus 24.5 millones de habitantes, 13.5 millones no
tienen acceso a agua potable, 12 millones viven en zonas carentes de
saneamiento, 8.5 millones no disponen de atención sanitaria, 2 millones de niños
presentan desnutrición crónica y se estima que 75000 críos se encuentran en grave
riesgo de contraer enfermedades evitables con vacunas. Los pequeños yemeníes se
enfrentan a una situación equiparable a la de muchos otros afectados y
desplazados por la terrible guerra en Siria e Irak.
En Nepal, por culpa del
terremoto, y en Yemen, por culpa de la guerra, los cadáveres abandonados en
poco tiempo pueden convertirse en un grave problema de salud pública. Los
alimentos básicos han duplicado su precio, y aún disponiendo de dinero para
comprarlos, su adquisición se convierte en una aventura. Y qué decir de los
medicamentos. Los bancos de sangre se han quedado sin reservas. Ya hay quién
reclama con insistencia, siguiendo el ejemplo de lo acontecido en Afganistán
hace años, un alto el fuego temporal para que las instituciones sanitarias
nacionales e internacionales puedan actuar con seguridad allí donde más se las
necesita.
Decía Henry Miller que cada guerra es una destrucción del espíritu
humano, lo mismo que cada terremoto.