Nuestra sociedad, como cualquier
otro ser vivo, disfruta y padece ciclos de salud y enfermedad, puede necesitar,
en determinados momentos, de los cuidados y el asesoramiento de los médicos
sociales, dedicados a la promoción de la salud y a la prevención de la
enfermedad en esos grupos que los primates humanos tendemos a formar para
beneficiarnos mutuamente del progreso, la comunicación y la solidaridad
comunes.
Revistas científicas de la
calidad de “The Lancet” vienen presentando dentro de sus contenidos apartados específicos
dedicados a este tipo de patologías. Hoy nos gustaría destacar sus esfuerzos en
contra de la violencia machista. Por desgracia, cada día, millones de niñas y
mujeres experimentan la crueldad masculina disfrazada bajo las más turbias
tonalidades de la iniquidad: agresiones físicas y psicológicas, asesinatos,
mutilación genital, abusos sexuales y violaciones, matrimonios infantiles forzados
o prostitución impuesta, y todo ello por el simple hecho de que la víctima es niña,
mujer, esposa o pareja.
Existen diferentes y recientes estudios
al respecto. Algunos expertos han revisado determinados modelos de intervención
contra tamaña lacra social. Curiosamente, en los países con ingresos económicos
más elevados, las investigaciones tienden a focalizarse en cuál debería ser la
respuesta más efectiva ante este tipo de agresiones sexistas, intentando reducir,
de alguna manera, la propia victimización de las mujeres agredidas. Sin
embargo, en los países con economías menos potentes, la investigación se ha centrado
mayormente en la prevención de la violencia machista, obteniendo prometedores
resultados mediante intervenciones en la colectividad. Es decir, tratamientos
comunitarios ante la patología social.
Combatir la violencia contra las
mujeres es una prioridad para la Organización Mundial de la Salud, que promueve
el fortalecimiento del papel de los sistemas sanitarios en el tratamiento de
las agresiones a mujeres y niñas.
Nos ha llamado la atención un
estudio firmado por científicas de Estados Unidos, Gran Bretaña, Uganda y
Nicaragua en el que las autoras destacan varios puntos básicos en cualquier política
eficaz contra la violencia machista. Introducen un concepto que nos resulta
novedoso, la ecología social, individual, interpersonal, comunitaria y social,
refiriéndose como tal al delicado equilibrio de interactuar en la vida de las
personas desde contextos sociales, institucionales, culturales y políticos.
Pero, ¿cómo equilibrar elementos sociales, culturales y políticos allí donde se
empeñan en discriminar a mujeres y niñas cosificadas por determinados machos que
las consideran una posesión, mientras les niegan los derechos más fundamentales
mediante el único argumento del sometimiento de la fuerza y el terror? ¿Cómo
contraer la profunda brecha que todavía separa el análisis social de la práctica
médica? ¿Vendrá la curación de la brutalidad sexista de la mano de la medicina
social? Sin lugar a duda.
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