José Mercé, un madridista de pro nacido en Jerez de la Frontera, con su voz ronca envuelve una
bulería dedicada al aire, la alegría de toda casa que se cuela por las
ventanas, esa mezcla de gases imprescindible para la vida en nuestro planeta,
nitrógeno y oxígeno fundamentalmente, pero también en pequeñas cantidades
ozono, dióxido de carbono, hidrógeno y gases nobles, como argón y kriptón. A
éste último, presente en una parte por millón de nuestro aire, quedamos
expuestos por fuentes como las lámparas fluorescentes, las imágenes de
resonancia magnética y los láseres de kriptón empleados en cirugía
oftalmológica, por ejemplo. También le cantaba al aire un desgarbado muchacho
de Barcelona que a principios de los años 80 capitaneaba en España el fenómeno
de las fans junto a Miguel Bosé, Iván o Los Pecos. Tempus fugit, también para
Pedro Marín, hoy en día rebasando ya la frontera del medio siglo.
El caso es que por
bocanas de aire pugnan cada día millones de prójimos de nuestro alrededor. Nos
estamos refiriendo concretamente a los pacientes afectados por la enfermedad
pulmonar obstructiva crónica (EPOC), un trastorno que representa la tercera
causa de mortalidad global después de las enfermedades cardiovasculares y el
cáncer, con una prevalencia cercana a la de la diabetes, para muchos expertos
la gran plaga del siglo XXI.
Los médicos de
atención primaria ocupamos la avanzadilla en la lucha contra la EPOC. Nuestro
papel resulta esencial en la prevención y el diagnóstico precoz de esta
patología. Todas las intervenciones destinadas al cese del hábito tabáquico resultan
fundamentales. Evitar que los jóvenes comiencen a fumar cigarrillos y auxiliar
a todos aquellos fumadores que quieran dejar esta malsana costumbre son unas de
las actuaciones médicas que mayor repercusión tienen sobre la salud personal y
colectiva.
En la actualidad
disponemos de un amplio arsenal terapéutico para tratar la enfermedad pulmonar una
vez instaurada. Los avances farmacológicos, con la incorporación de nuevas
potentes moléculas, así como el desarrollo de los avanzados dispositivos de
inhalación, han aumentado la calidad de vida de estos pacientes, proporcionándoles
intervalos cada vez más prolongados libres de enfermedad. He de confesarles mi
pasión y admiración por esas diminutas obras de ingeniería capaces de propulsar
las más finas partículas broncodilatadoras y antiinflamatorias a la superficie
alveolar más diminuta de nuestros pulmones, allí donde el oxígeno del aire
purifica la sangre y el dióxido de carbono es exhalado al exterior. Aceptemos
pues encantados la oferta de Rafael Alberti, aquella que decía “te invito,
sombra, al aire. Sombra de veinte siglos, a la verdad del aire, del aire, aire,
aire”.
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