Una de las
actividades de los médicos de familia es la participación y la organización de
actividades en la comunidad en materia de salud y educación. En otras palabras,
no solo atienden a personas en las consultas sino que sus intervenciones se
extienden también a la colectividad. Resulta esencial la detección de aquellos
incidentes que afectan de una manera u otra a la salud social. Entonces,
¿podemos considerar la violencia como una patología comunitaria? Como médicos
de familia nos convertimos en aliados indispensables en la detección de la
violencia machista y de los malos tratos
en general, especialmente los que afectan a los más vulnerables, niños,
ancianos y personas con discapacidad. ¿Asimismo en los otros tipos de
violencia?
En los últimos días
hemos sido testigos de unos hechos lamentables. En algunas plazas públicas
españolas, jóvenes cachorros de primates humanos se citan para despacharse a
puñetazos y patadas, jaleados por grupitos que graban las peleas con sus
dispositivos portátiles, teléfonos y tabletas inteligentes. Probablemente
estamos hablando de hechos aislados, pero indudablemente cada día más
frecuentes. Los que por una razón u otra tratan de mediar y parar tan
bochornoso espectáculo son oportunamente apartados de la escena. La moda de
grabar peleas y agresiones no es novedosa. Ya se venía denunciando en muchos
casos de acoso escolar, cuando éste es llevado a sus últimas consecuencias. Y
lo peligroso de estas situaciones es que las escenas de tales embestidas se cuelgan
luego en las redes sociales y reciben millares de visitas. La sociedad
contemporánea no debería rasgarse las vestiduras, pues nos hemos acostumbrado a
vivir la guerra y la muerte en directo, mientras apaciblemente comemos o
cenamos en familia.
Los expertos reclaman
medidas educativas, que por supuesto deben iniciarse en los propios hogares.
Pero, ¿son determinados padres los mejores ejemplos para formar a sus hijos en
conductas pacíficas? Las dudas nos acosan, sobre todo después de contemplar a
una docena de adultos resolviendo a puñetazos sus diferencias en un modesto
partido de fútbol infantil. Cierto que son comportamientos excepcionales,
quizás anecdóticos, pero que pueden echar raíces si las autoridades no toman
medidas ejemplares contra estos energúmenos. En el intermedio de los encuentros
de la UEFA Champions League presenciamos anuncios contra el racismo y a favor
del respeto protagonizados por las estrellas más rutilantes del firmamento
futbolístico. De nadan valen si luego tu padre se convierte en el hincha más
iracundo del equipo de tu escuela.
Parafraseando a Manquiña en “Airbag” (Juanma
Bajo Ulloa, 1997) proliferan demasiado las “hondonadas de hostias” y bastante
menos el juego limpio, van sobrados los aprendices de púgiles callejeros, proyectos
de Tyler Durden (Brad Pitt/Edward Norton) en la procura de la efímera
deleznable fama de un par de minutos en las redes sociales encumbrados como los
gallos del corral, patéticos minipúgiles del club de la lucha, sin olvidar que algunos
de estos campeones se cebarán después con sus novias y esposas, y quién sabe si
incluso contra sus propios padres.