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22 marzo 2017

EL CLUB DE LA LUCHA


Una de las actividades de los médicos de familia es la participación y la organización de actividades en la comunidad en materia de salud y educación. En otras palabras, no solo atienden a personas en las consultas sino que sus intervenciones se extienden también a la colectividad. Resulta esencial la detección de aquellos incidentes que afectan de una manera u otra a la salud social. Entonces, ¿podemos considerar la violencia como una patología comunitaria? Como médicos de familia nos convertimos en aliados indispensables en la detección de la violencia machista  y de los malos tratos en general, especialmente los que afectan a los más vulnerables, niños, ancianos y personas con discapacidad. ¿Asimismo en los otros tipos de violencia?

En los últimos días hemos sido testigos de unos hechos lamentables. En algunas plazas públicas españolas, jóvenes cachorros de primates humanos se citan para despacharse a puñetazos y patadas, jaleados por grupitos que graban las peleas con sus dispositivos portátiles, teléfonos y tabletas inteligentes. Probablemente estamos hablando de hechos aislados, pero indudablemente cada día más frecuentes. Los que por una razón u otra tratan de mediar y parar tan bochornoso espectáculo son oportunamente apartados de la escena. La moda de grabar peleas y agresiones no es novedosa. Ya se venía denunciando en muchos casos de acoso escolar, cuando éste es llevado a sus últimas consecuencias. Y lo peligroso de estas situaciones es que las escenas de tales embestidas se cuelgan luego en las redes sociales y reciben millares de visitas. La sociedad contemporánea no debería rasgarse las vestiduras, pues nos hemos acostumbrado a vivir la guerra y la muerte en directo, mientras apaciblemente comemos o cenamos en familia.

Los expertos reclaman medidas educativas, que por supuesto deben iniciarse en los propios hogares. Pero, ¿son determinados padres los mejores ejemplos para formar a sus hijos en conductas pacíficas? Las dudas nos acosan, sobre todo después de contemplar a una docena de adultos resolviendo a puñetazos sus diferencias en un modesto partido de fútbol infantil. Cierto que son comportamientos excepcionales, quizás anecdóticos, pero que pueden echar raíces si las autoridades no toman medidas ejemplares contra estos energúmenos. En el intermedio de los encuentros de la UEFA Champions League presenciamos anuncios contra el racismo y a favor del respeto protagonizados por las estrellas más rutilantes del firmamento futbolístico. De nadan valen si luego tu padre se convierte en el hincha más iracundo del equipo de tu escuela. 

Parafraseando a Manquiña en “Airbag” (Juanma Bajo Ulloa, 1997) proliferan demasiado las “hondonadas de hostias” y bastante menos el juego limpio, van sobrados los aprendices de púgiles callejeros, proyectos de Tyler Durden (Brad Pitt/Edward Norton) en la procura de la efímera deleznable fama de un par de minutos en las redes sociales encumbrados como los gallos del corral, patéticos minipúgiles del club de la lucha, sin olvidar que algunos de estos campeones se cebarán después con sus novias y esposas, y quién sabe si incluso contra sus propios padres.

 


18 marzo 2017

PRIMUN NON NOCERE


Pero también en sentido recíproco. La máxima que rige el comportamiento de los profesionales sanitarios podría estarse convirtiendo en una señal de alerta,  una potente baliza que centellea en la penumbra de ese proceloso océano que es la vida cotidiana. 

Lo primero es no hacer daño al paciente, pero tampoco al médico. Y es que durante el año 2015 los ataques a los facultativos se incrementaron un 5%. En el 2016 estas cifras alcanzaron un 37%, casi 500, más de una cada día. Son datos de la Organización Médico Colegial (OMC), que el pasado 16 de marzo solemnizaba una particular jornada contra esta lacra social. 

¿Por qué es habitual un comportamiento tan deleznable? Cuando comencé a ejercer la medicina recuerdo este tipo de incidentes como algo anecdótico, noticias más bien propias de un diario de sucesos protagonizadas por alguien que había perdido el juicio o por algún criminal. Hasta en las guerras se identificaba a los sanitarios con distintivos especiales para ser respetados por los contendientes. Hoy en día, por desgracia, los hospitales de campaña son objetivos prioritarios. La mayoría de estas agresiones se producen en centros públicos. Los agresores no suelen ser pacientes, sino sus familiares y acompañantes. Los lugares más conflictivos son los centros de salud (más de la mitad de los casos) y los servicios de urgencias. Y una vez más, como en tantas otras ocasiones, las mujeres son las víctimas más frecuentes de este tipo de embestidas. Y cuando hablamos de agresión no solo nos estamos refiriendo a los golpes y a las heridas, sino también a los insultos y a las amenazas.

Los expertos apuntan a la saturación de las consultas como un peligroso caldo de cultivo para este tipo de comportamientos. Porque la paciencia y la educación no se recetan, ni en cápsulas ni en inyectables. Si presumimos con razón de gozar de uno de los mejores sistemas sanitarios públicos del mundo, resulta fácil de atender que la mayoría de los ciudadanos acudan a sus puertas demandando atención. Y cuando los solicitantes son demasiados, deberán entender por qué hacen cola mientras los profesionales intentan priorizar quién debe ser atendido en primer lugar, según la emergencia y la gravedad. Aquí la cultura de la inmediatez es neutralizada por la adecuación de la praxis profesional. 

Pero ¿nos encontramos ante un fenómeno específico? Algunos entendemos que aunque tiene características concretas y especiales, podríamos estar ante un episodio más de la violencia generalizada enraizada en nuestra sociedad: violencia machista, acoso escolar, agresiones racistas, xenófobas y homófobas, violencia radical política (de un color y del contrario), pederastia, rebelión contra la autoridad, legitimación del atropello como un método para conseguir nuestros objetivos, deshumanización social, intolerancia, crueldad contra los animales, etc.  Los que saben mucho de esto, como además son médicos, como remedio prescriben más empatía, humildad y atención. Mientras nuestra sociedad toma nota, intentaremos hacerles caso.

12 marzo 2017

¿POR QUÉ NO LE HAGO CASO, DOCTOR?


No es la primera vez, y probablemente tampoco la última, que nos vamos a referir al médico de familia como el agente de salud de los usuarios del sistema sanitario. Dentro de sus actuaciones, la prescripción médica representa una parte fundamental de su labor cotidiana. Pero la prescripción va más allá de la mera emisión de recetas, esa lista más o menos amplia de los medicamentos que deberíamos tomarnos si queremos mejorar o curarnos. La consulta a un especialista o el consejo de una dieta determinada también es prescripción médica, de la misma forma que lo es recomendarle la adquisición de un aparato para controlar su tensión arterial o su presión sanguínea, y más modernamente, una aplicación para que su teléfono inteligente le ayude a controlar el estado de su salud o enfermedad. Y de éstas últimas ya empieza a haber miles.

Para que los pacientes acepten nuestras sugerencias, existen diversos factores que influyen notablemente en ello, unos a favor y otros en contra. Algunos dependen de condiciones demográficas tan específicas como la edad, el nivel cultural o la renta, que en demasiadas ocasiones juegan en contra del enfermo. Otras causas están relacionadas con la carga que supone para el paciente la medicación prescrita, como por ejemplo los tratamientos demasiados complejos, su coste económico o las dificultades en la accesibilidad a los mismos. Está claro que resulta más sencillo la toma única y diaria de un medicamento que ingerir diferentes cápsulas y comprimidos varias veces al día, o que una receta informatizada prescrita para varios meses es mucho mejor que aquellas antiguas de papel oficial que obligaban al paciente a acudir a la consulta del médico y a la farmacia con demasiada frecuencia. De la misma manera han de tenerse en consideración la confianza que los usuarios depositan en los profesionales que les atienden, lo que los expertos denominan relación médico – paciente, tan importante como las expectativas que ellos mismos tienen sobre la eficacia de las medidas prescritas. Quizás por ello fallen tanto las dietas recomendadas para la obesidad y la diabetes, por ejemplo. 

Finalmente existe una serie de factores que nada tienen que ver con los pacientes. Algunos dependen de la inercia clínica que muchas veces se apodera de los profesionales sanitarios. De la misma manera actúan las carencias inherentes en determinados sistemas de salud, circunstancias que demandan soluciones gestoras, pero también políticas. No debemos olvidar que en los países desarrollados las tasas de adherencia a los tratamientos en las enfermedades crónicas apenas alcanzan la mitad de los casos. Aquí se engloban patologías como la diabetes, la cardiopatía isquémica, la hipertensión o la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC). Por lo tanto, por muy bueno que sea un sistema público de salud éste deberá mantenerse en permanente actualización y progreso.

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03 marzo 2017

ALOYSIUS EN EL PAÍS DE LOS OMEPRAZOLES




Caricatura original de Alan Benge ®

Algunos fármacos superan con creces las expectativas que la Medicina había depositado en ellos. Por ejemplo, el ácido acetilsalicílico, más popularmente conocido por una de sus marcas comerciales, la famosa Aspirina ®. Desde que su analgesia natural fuera empleada en la antigüedad a partir de extractos de corteza del sauce blanco, hasta su moderna comercialización, hoy en día se consumen a nivel mundial unos 100 millones de comprimidos diarios de aspirinas, siendo fabricadas en su totalidad en la factoría que los laboratorios Bayer tienen en Langreo.

El omeprazol, con 113 millones de dosis mundiales anuales, llevaría una trayectoria parecida, teniendo en cuenta su descubrimiento mucho más reciente, a finales de los años 80. En España, el consumo de este fármaco creció un 500% entre los años 2000 y 2012. De cada 100 envases despachados en las farmacias españolas , 6 son de omeprazol, el principio activo de mayor utilización. El coste diario del tratamiento es de aproximadamente 0.1 euros. 

Sus indicaciones terapéuticas, tal y como figuran en su ficha técnica (el famoso prospecto) son claras y concisas: esofagitis provocada por el reflujo gástrico, el tratamiento de úlceras duodenales y gástricas benignas (incluyendo a las producidas por los antiinflamatorios), el tratamiento de úlceras gástricas y duodenales asociadas a la bacteria Helicobacter Pylori, y finalmente el tratamiento de un síndrome muy poco frecuente denominado Zollinger- Ellison. Y nada más. Es decir, el omeprazol es el primero de una familia de fármacos denominados técnicamente inhibidores de la bomba de protones, que ha demostrado su utilidad en el tratamientos de unas patologías muy concretas, pero que en manera alguna debe identificarse con un mero antiácido y que debe tomarse bajo estricta prescripción y control médico. 

Al respecto, es frecuente escuchar en las consultas, incluso a pie de calle, a personas que deciden tomar por su cuenta y riesgo un comprimido de omeprazol antes de una opípara comida, para que ese previsto exceso de grasas y alcohol no vaya a provocarles una mala digestión. Tampoco resulta inusual que este tipo de comportamientos se produzcan entre aquellos pacientes que habitualmente toman varios medicamentos, aunque ninguno de ellos provoque un daño específico en las paredes de su tubo digestivo. Por ejemplo, basta que su médico les prescriba un antibiótico que se tome tres veces al día durante una semana para que se le reclame la receta de un protector gástrico.

Expertos y autoridades sanitarias vienen alertando en los últimos meses sobre el consumo abusivo de omeprazol en nuestro país. Existen datos que asocian su consumo crónico y descontrolado con déficits vitamínicos (B12) que pueden causar daños neurológicos, así como con pérdidas de masa ósea y mayor riesgo de fracturas (caderas, muñecas y vértebras), infecciones intestinales por Salmonella, problemas renales e incluso un mayor riesgo de padecer infartos cardiacos. Separemos pues en nuestras estanterías mentales el omeprazol del bicarbonato o los antiácidos, porque no son lo mismo.