Pero también en sentido
recíproco. La máxima que rige el comportamiento de los profesionales sanitarios
podría estarse convirtiendo en una señal de alerta, una potente baliza que centellea en la
penumbra de ese proceloso océano que es la vida cotidiana.
Lo primero es no
hacer daño al paciente, pero tampoco al médico. Y es que durante el año 2015
los ataques a los facultativos se incrementaron un 5%. En el 2016 estas cifras
alcanzaron un 37%, casi 500, más de una cada día. Son datos de la Organización
Médico Colegial (OMC), que el pasado 16 de marzo solemnizaba una particular
jornada contra esta lacra social.
¿Por qué es habitual un comportamiento tan
deleznable? Cuando comencé a ejercer la medicina recuerdo este tipo de
incidentes como algo anecdótico, noticias más bien propias de un diario de
sucesos protagonizadas por alguien que había perdido el juicio o por algún
criminal. Hasta en las guerras se identificaba a los sanitarios con distintivos
especiales para ser respetados por los contendientes. Hoy en día, por
desgracia, los hospitales de campaña son objetivos prioritarios. La mayoría de
estas agresiones se producen en centros públicos. Los agresores no suelen ser
pacientes, sino sus familiares y acompañantes. Los lugares más conflictivos son
los centros de salud (más de la mitad de los casos) y los servicios de
urgencias. Y una vez más, como en tantas otras ocasiones, las mujeres son las
víctimas más frecuentes de este tipo de embestidas. Y cuando hablamos de
agresión no solo nos estamos refiriendo a los golpes y a las heridas, sino
también a los insultos y a las amenazas.
Los expertos apuntan
a la saturación de las consultas como un peligroso caldo de cultivo para este
tipo de comportamientos. Porque la paciencia y la educación no se recetan, ni en
cápsulas ni en inyectables. Si presumimos con razón de gozar de uno de los
mejores sistemas sanitarios públicos del mundo, resulta fácil de atender que la
mayoría de los ciudadanos acudan a sus puertas demandando atención. Y cuando
los solicitantes son demasiados, deberán entender por qué hacen cola mientras
los profesionales intentan priorizar quién debe ser atendido en primer lugar,
según la emergencia y la gravedad. Aquí la cultura de la inmediatez es
neutralizada por la adecuación de la praxis profesional.
Pero ¿nos encontramos ante un
fenómeno específico? Algunos entendemos que aunque tiene características
concretas y especiales, podríamos estar ante un episodio más de la violencia
generalizada enraizada en nuestra sociedad: violencia machista, acoso escolar,
agresiones racistas, xenófobas y homófobas, violencia radical política (de un
color y del contrario), pederastia, rebelión contra la autoridad, legitimación del
atropello como un método para conseguir nuestros objetivos, deshumanización
social, intolerancia, crueldad contra los animales, etc. Los que saben mucho de esto, como además son
médicos, como remedio prescriben más empatía, humildad y atención. Mientras nuestra
sociedad toma nota, intentaremos hacerles caso.
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