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12 marzo 2017

¿POR QUÉ NO LE HAGO CASO, DOCTOR?


No es la primera vez, y probablemente tampoco la última, que nos vamos a referir al médico de familia como el agente de salud de los usuarios del sistema sanitario. Dentro de sus actuaciones, la prescripción médica representa una parte fundamental de su labor cotidiana. Pero la prescripción va más allá de la mera emisión de recetas, esa lista más o menos amplia de los medicamentos que deberíamos tomarnos si queremos mejorar o curarnos. La consulta a un especialista o el consejo de una dieta determinada también es prescripción médica, de la misma forma que lo es recomendarle la adquisición de un aparato para controlar su tensión arterial o su presión sanguínea, y más modernamente, una aplicación para que su teléfono inteligente le ayude a controlar el estado de su salud o enfermedad. Y de éstas últimas ya empieza a haber miles.

Para que los pacientes acepten nuestras sugerencias, existen diversos factores que influyen notablemente en ello, unos a favor y otros en contra. Algunos dependen de condiciones demográficas tan específicas como la edad, el nivel cultural o la renta, que en demasiadas ocasiones juegan en contra del enfermo. Otras causas están relacionadas con la carga que supone para el paciente la medicación prescrita, como por ejemplo los tratamientos demasiados complejos, su coste económico o las dificultades en la accesibilidad a los mismos. Está claro que resulta más sencillo la toma única y diaria de un medicamento que ingerir diferentes cápsulas y comprimidos varias veces al día, o que una receta informatizada prescrita para varios meses es mucho mejor que aquellas antiguas de papel oficial que obligaban al paciente a acudir a la consulta del médico y a la farmacia con demasiada frecuencia. De la misma manera han de tenerse en consideración la confianza que los usuarios depositan en los profesionales que les atienden, lo que los expertos denominan relación médico – paciente, tan importante como las expectativas que ellos mismos tienen sobre la eficacia de las medidas prescritas. Quizás por ello fallen tanto las dietas recomendadas para la obesidad y la diabetes, por ejemplo. 

Finalmente existe una serie de factores que nada tienen que ver con los pacientes. Algunos dependen de la inercia clínica que muchas veces se apodera de los profesionales sanitarios. De la misma manera actúan las carencias inherentes en determinados sistemas de salud, circunstancias que demandan soluciones gestoras, pero también políticas. No debemos olvidar que en los países desarrollados las tasas de adherencia a los tratamientos en las enfermedades crónicas apenas alcanzan la mitad de los casos. Aquí se engloban patologías como la diabetes, la cardiopatía isquémica, la hipertensión o la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC). Por lo tanto, por muy bueno que sea un sistema público de salud éste deberá mantenerse en permanente actualización y progreso.

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