No es la primera vez,
y probablemente tampoco la última, que nos vamos a referir al médico de familia
como el agente de salud de los usuarios del sistema sanitario. Dentro de sus
actuaciones, la prescripción médica representa una parte fundamental de su
labor cotidiana. Pero la prescripción va más allá de la mera emisión de
recetas, esa lista más o menos amplia de los medicamentos que deberíamos
tomarnos si queremos mejorar o curarnos. La consulta a un especialista o el
consejo de una dieta determinada también es prescripción médica, de la misma
forma que lo es recomendarle la adquisición de un aparato para controlar su
tensión arterial o su presión sanguínea, y más modernamente, una aplicación
para que su teléfono inteligente le ayude a controlar el estado de su salud o
enfermedad. Y de éstas últimas ya empieza a haber miles.
Para que los
pacientes acepten nuestras sugerencias, existen diversos factores que influyen
notablemente en ello, unos a favor y otros en contra. Algunos dependen de condiciones
demográficas tan específicas como la edad, el nivel cultural o la renta, que en
demasiadas ocasiones juegan en contra del enfermo. Otras causas están
relacionadas con la carga que supone para el paciente la medicación prescrita,
como por ejemplo los tratamientos demasiados complejos, su coste económico o
las dificultades en la accesibilidad a los mismos. Está claro que resulta más
sencillo la toma única y diaria de un medicamento que ingerir diferentes
cápsulas y comprimidos varias veces al día, o que una receta informatizada
prescrita para varios meses es mucho mejor que aquellas antiguas de
papel oficial que obligaban al paciente a acudir a la consulta del médico y a la
farmacia con demasiada frecuencia. De la misma manera han de tenerse en
consideración la confianza que los usuarios depositan en los profesionales que
les atienden, lo que los expertos denominan relación médico – paciente, tan
importante como las expectativas que ellos mismos tienen sobre la eficacia de
las medidas prescritas. Quizás por ello fallen tanto las dietas recomendadas para
la obesidad y la diabetes, por ejemplo.
Finalmente existe una serie de factores
que nada tienen que ver con los pacientes. Algunos dependen de la inercia
clínica que muchas veces se apodera de los profesionales sanitarios. De la
misma manera actúan las carencias inherentes en determinados sistemas de salud,
circunstancias que demandan soluciones gestoras, pero también políticas. No
debemos olvidar que en los países desarrollados las tasas de adherencia a los
tratamientos en las enfermedades crónicas apenas alcanzan la mitad de los
casos. Aquí se engloban patologías como la diabetes, la cardiopatía isquémica,
la hipertensión o la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC). Por lo
tanto, por muy bueno que sea un sistema público de salud éste deberá mantenerse en
permanente actualización y progreso.
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