Decía Paul Valéry que un hombre solo siempre está en mala compañía. Respecto a la soledad, entiendo que el mayor castigo que el verdugo le infringe a sus víctimas se basa precisamente en hacerles sentir un gélido y cortante desamparo.
Mal que nos pese, vivimos inmersos en un mundo de víctimas; víctimas de la violencia doméstica, víctimas del terrorismo, víctimas de los estados, víctimas de la injusticia, del hambre, de la pobreza. Incluso el médico de familia trata de aliviar el sufrimiento que diariamente nos provoca el ser víctimas de nuestro propio cuerpo, de nuestra propia existencia.
Resulta más fácil hacerse solidario con las víctimas; el sentimiento de compasión es uno de los que más rápidamente afloran en la narturaleza humana. Historias como las vividas en la vieja Auriavella en las pasadas semanas provocan un torrente misericordioso de sincera compresión. ¿Le cabe a alguien en la cabeza que una madre y su amante sean capaces de vejar y torturar hasta la muerte a una niña disminuida de apenas cuatro años de edad? Conozco a adultos bien bragados que tuvieron que abandonar la sala del juzgado cuando el forense comenzó a entrar en escabrosos detalles. ¿Cómo entender que una niña que apenas acaba de alcanzar la pubertad tenga que dar a luz una criatura porque nadie se percató de la violación sistemática a la que era sometida por una persona que la cuidaba? Una cruel historia está vez con víctimas dobles.
Mientras toda esta conmoción va transcurriendo (dicen por ahí que el tiempo todo lo cura, porque el dolor olvidado es un dolor anestesiado) todavía resuenan en los medios de comunicación los alaridos de unos adolescentes iraquíes machacados por la terrible paliza que les infringieron las tropas británicas desplegadas en aquellas latitudes. Para eso entrenan a los soldados de élite: para que no tengan ninguna compasión con el oponente; y si no me creen repasen el argumento de películas tan logradas como “La chaqueta metálica” (Stanley Kubrick 1987), donde uno de los protagonistas llevaba escrita en su casco la frase “nacido para matar”, o la más moderna “Jarhead” (Sam Mendes 2005).
Por último, las víctimas del terrorismo acaban de finalizar un congreso que les reunió durante varios días en Valencia. Las víctimas juntas son capaces de hacerse escuchar bien alto, se atreven a combatir la soledad que les atenaza y abandonan el ostracismo con un mensaje bien claro: su sufrimiento no es gratuito; y es que para perdonar tienen que constatar el arrepentimiento del verdugo.
Ya lo decía el divino Dante: quien sabe del dolor todo lo sabe.
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