En Galicia estamos habituados a sufrir las consecuencias de la llamada marea roja, un fenómeno periódico causado por la excesiva proliferación de diversas algas microscópicas, algunas de las cuales son productoras de toxinas nocivas para la salud humana. Estas sustancias tienden a acumularse en la suculenta carne de los moluscos filtradores de agua marina, mejillones, almejas, ostras o vieiras. Las toxinas pueden ser amnésicas, como las del desafortunado caso de las famosas vieiras furtivas, paralizantes o gástricas, éstas últimas responsables de ciertas gastroenteritis agudas.
El ICTEMAR (Instituto Tecnolóxico para o Control do medio Mariño) se encarga de la vigilancia de estas mareas rojas y de evitar sus posibles repercusiones en las bateas instaladas en las áreas costeras de explotación acuícola. La primavera y el verano son las épocas del año más peligrosas, debido a la mayor luminosidad y estabilidad del océano.
Pero, en esta primavera recién despabilada, no es mi deseo hablar de las algas ni de los moluscos tóxicos. Prefiero hacerlo de los Árboles del amor (cercis siliquastrum) que con sus brotes comienzan a pintar de color rosa la Rúa do Paseo, en Ourense. Me apunta el quisquilloso Aloysius que esta especie es hermafrodita y que además es conocida como algarrobo loco, ciclamor o Árbol de Judas. Qué más da.
Prefiero hablar de otra marea roja, una inmensa ola solidaria que debería inundar nuestros corazones. Me estoy refiriendo concretamente a la donación de sangre, que justo antes del inicio de las vacaciones de Semana Santa adopta un valor especial. Lo saben bien los responsables del CTG (Centro de Transfusión de Galicia) que han comenzado a llamar la atención de todos nuestros paisanos. Primero han concienciado a los universitarios, que han respondido de manera excelente, pues en la vida siempre hay algo más que exámenes parciales, libros, apuntes y botellón. Y los siguientes debemos ser el resto de la sociedad. Porque no debemos olvidar que, salvo ciertas limitaciones, cualquiera puede ser donante de sangre, porque precisamente cualquiera puede necesitar una transfusión (una enfermedad, una operación, un accidente). En algo tan sencillo radica la grandeza de tamaña generosidad.
El otro día sonó mi teléfono portátil. Desde el CTG una voz amiga me recordó que ya puedo volver a donar mi sangre. Y entonces me acordé de aquellas palabras que un día dicen que pronunció el genio Salvador Dalí: cada gota de agua, un número. Cada gota de sangre, una geometría.
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