Le tengo mucho respeto a las noticias publicadas en los medios de comunicación sobre farmacoeconomía. Como especialidad científica abarca el estudio de temas tan dispares como la oferta y la demanda de los cuidados de salud en una población hasta el grado de eficiencia y equidad que alcanzan los diferentes sistemas sanitarios. A veces, mi recelo se transforma en pánico, dependiendo quién escribe o elabora la supuesta información. Escrito con gruesos trazos, pero a la vez simples para centrarnos en el tema, la farmacoeconomía es el estudio de los costes y de los beneficios de los tratamientos y de las tecnologías médicas. Por ejemplo, aquí quedaría comprendido por qué no es correcto realizar una radiografía del tobillo a todos los pacientes con esguinces o también cuál es el mejor fármaco que el médico debe prescribir para tratar una enfermedad determinada.
Y es que mientras unos curramos, el taimado Aloysius ha estado leyendo al borde la piscina “Los inventores de enfermedades”, el controvertido libro del periodista alemán Jörg Blench, una perorata contra médicos, políticos e industria farmacéutica que no deja títere con cabeza. Tal vez por eso, su sensibilidad crítica se mantiene a flor de piel y se empeña en acusar a todos los galenos del Servicio Galego de Saúde de majaras peligrosos armados con bolígrafos e impresoras, capaces de disparar el gasto sanitario de Galicia hasta la estratosfera. Según él, estamos empeñados en no recetar suficientes genéricos, es decir, medicinas sin marca comercial.
Nadie cuestiona la utilidad y el valor de estos fármacos. Pero identificar genéricos con el producto más económico no es del todo cierto, pues hay medicinas con marca que cuestan lo mismo o menos. También hay que tener en cuenta el llamado precio de referencia, vigente normativa que faculta al farmacéutico para cambiar el fármaco prescrito por un genérico de precio igual o inferior al medicamento de referencia. En último caso, el paciente es soberano a la hora de decidir pagar o no de su bolsillo la diferencia. Y además, no todos los genéricos son iguales. En el propio envase encontramos aquellos etiquetados como EFG, especialidades que han demostrado mediante estudios clínicos la misma biodisponibilidad que el producto originalmente patentado, y otros a los que esta cualidad se les supone (como el valor al recluta en el antiguo Servicio Militar), aprobados por una mera disposición administrativa que tiene en cuenta la composición del principio activo, la parte del medicamento verdaderamente responsable del efecto terapéutico.
El gasto farmacéutico in crescendo. Los gestores sanitarios fiscalizan a los médicos a la hora de recetar fármacos nuevos, pues algunos no aportan ningún beneficio adicional y encima resultan mucho más caros. Entonces ignorantes nos preguntamos, ¿por qué el Ministerio de Sanidad los aprueba? Como colofón, una anécdota. Hace muy poco se comercializó en nuestro país el Aloysín ®, un innovador tratamiento para la reducción duradera y prolongada del jugo gástrico. Cuesta unas 10 veces más que el estándar genérico de su mismo grupo terapéutico. Las fichas de información farmacoterapéutica que el Ministerio de Sanidad periódicamente remite a todos los médicos españoles informa que el Aloysín ® es costoso y no supone ninguna ventaja respecto al producto de referencia. Pues bien, una guía elaborada por el propio Ministerio sobre la calidad de prescripción de los medicamentos útiles para reducir de forma duradera y prolongada el jugo gástrico fue exclusivamente patrocinada por el producto… ¿adivinan ustedes cuál?
Por cierto, Aloysin ® es una marca ficticia pero patentada, que no puede usarse sin el permiso de su inventor. Al loro, quedan todos advertidos.
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