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12 agosto 2009

LA GRIPE QUE VIENE


Sostiene Aloysius que a los seres humanos la pandemia de gripe A nos ha hecho aterrizar en el suelo, nos ha devuelto a la realidad. En este apenas estrenado siglo XXI, cuando la Medicina había depositado grandes esperanzas en la genómica, la proteómica y la nanotecnología para aliviar muchas de las patologías que todavía nos atormentan, una enfermedad contagiosa ancestral, una infección causada por un virus microscópico, unos bichitos que ya vivían en La Tierra mucho antes que Eva y Adán, ha sacudido hasta los cimientos todos nuestros sistemas asistenciales y preventivos. Desde la irrupción del SIDA en nuestras vidas no habíamos asistido a tal despliegue informativo, a veces ciertamente desinformativo, desenterrando miedos atávicos y clamores de trompetas apocalípticas.

No es mi intención criticar a mis compañeros del Colegio de Médicos de Madrid por la famosa pancarta sobre besos y apretones de manos. Ni mucho menos. En medicina, aquella máxima tradicional advirtiendo que es mejor prevenir que curar permanece vigente, se mantiene incontestable. Con cierta sana ironía, el otro día me comentaba una paciente que no recordaba cuándo le dieron el último beso en la mejilla a modo de saludo. Entiendo que se refería a fuera de su entorno familiar, sino la anécdota se volvería demasiado triste. En nuestra sociedad, tampoco se prodigan los apretones de manos. Algunos machos los han sustituido por viriles y sonoros palmetazos en la espalda.

Besar, lamer, tocar, escupir, toser y estornudar siempre han servido como vehículos de transmisión de gérmenes entre nuestros semejantes. Hace no muchos años, el hábito de lavarse las manos antes de comer se enseñaba en las escuelas. Espero (y deseo) que así se siga haciendo. Además, la prevención del contagio de las enfermedades de transmisión sexual reporta grandes beneficios anuales a las empresas del látex profiláctico.

Insistir en la contagiosidad de la gripe no supone ninguna novedad. Todos los años nos visita y deja tras de sí, desafortunadamente, un reguero de víctimas, sobre todo entre los prójimos más debilitados.

Se alzan las voces de muchos expertos que piden una mayor coordinación, sobre todo a la hora de recomendar y administrar determinadas medidas preventivas que resultarán caras, pero no por ello más eficaces. A los médicos nos gustaría saber, por ejemplo, si la cuasi experimental vacuna específica contra la gripe A va a resultar efectiva y sobre todo, a quiénes tendremos que vacunar. Lo mismo para el popular tándem de antivirales comercializados, ya que desde Gran Bretaña nos vienen alertando sobre su dudosa eficacia y los efectos secundarios que provocan entre la población infantil, por poner otro ejemplo.

Tal vez es la hora de que los responsables de los 17 sistemas sanitarios autonómicos de este bendito país, y por supuesto el resto de los gobernantes de las naciones afectadas (que cada día serán más) empiecen a ponerse de acuerdo. Porque resulta que no va a ser lo mismo padecer la gripe A residiendo en el centro de Ourense que en una de nuestras aldeas más alejadas de los centros sanitarios.


El otro día le escuché decir en la televisión a un prestigioso epidemiólogo que el virus más peligroso al que se ha enfrentado es el del miedo. Sobrevive en un caldo de cultivo óptimo llamado ignorancia.

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