La cinefilia de Aloysius es vox populi, cinefagia más bien diría yo, pues literalmente devora toda la información que encuentra referente al apasionante mundo del 7º Arte. Hoy le he pedido prestado este titular, el de la famosa película dirigida por Nicholas Ray en 1955, y que protagonizaron los malogrados James Dean, Natalie Wood y Sal Mineo. Me ha comentado que el guión original está basado en el libro del psiquiatra Robert M. Lindner, cuyo título traducido al español viene a ser “Rebelde sin causa: el hipnoanálisis de un psicópata criminal”.
Lo traemos hoy a colación para seguir debatiendo sobre la ley antitabaco española. Vaya por delante que desde el punto de vista sanitario apoyamos sin fisuras este tipo de medidas. El respaldo parlamentario resultó unánime ante la propuesta de reforma de la anterior ley, una iniciativa de IU y ERC apoyada también por PSOE, PP y los demás partidos.
Los establecimientos de hostelería en los que se permitía fumar, además de competir en ventaja con los espacios libres del humo de los cigarrillos, obligaban a los asalariados a trabajar en un ambiente insalubre. Tampoco valdría la excusa de la voluntariedad de los trabajadores, pues como médicos estamos obligados siempre a prestar una ayuda, incluso a aquellos prójimos que no desean seguir viviendo.
Además de intentar regular el consumo de un producto que ha demostrado sobradamente su efecto pernicioso sobre la salud individual y colectiva, esta ley ha servido también para reavivar esa mentalidad levantisca que en el extranjero nos adjudican a los españoles como característica.
Si nos obligan a usar el cinturón de seguridad, vamos al médico para reclamar un certificado aclaratorio sobre el por qué no podemos llevar sobre el tórax aparatos que nos presionen las costillas. Si nos pillan bebidos al volante de un coche, solicitamos otro certificado médico para tratar de convencer a las autoridades que estamos tomando una medicación que incrementa el alcohol en nuestras venas. Si nos ponen un límite de velocidad en las carreteras, ocultamos en nuestros automóviles sofisticados dispositivos que nos alertan de la proximidad de un rádar, para levantar entonces el pie del acelerador. Si vamos a ver un concierto y la cola en la entrada es muy larga, tratamos de buscar a un conocido que nos cuele y nos evite el incómodo momento de la espera. Si entra en vigor una nueva ley antitabaco, surge un grupo de hosteleros insurrectos que pretenden pasársela por el arco de triunfo, aun a costa de costosas sanciones.
Insistimos, legislar sobre un acto cívico no debería resultar tan complejo. El otro día leía la protesta de José Carlos Caneiro, que tuvo que ver el Depor – Barça sumergido en la espesa nube que provocaban varios cigarros puros ardiendo a la vez. Rebeldes con o sin causa, ahí continúa combativo el Club de Fumadores que ha vuelto a poner Ourense en el mapa informativo, gracias a los resquicios de una ley no tan perfecta. Tal vez sirva este hecho para acelerar la llegada del AVE a nuestra ciudad, para que así vengan a concentrase en el Xesteira todos los recalcitrantes fumadores de la patria. Vai ti a saber.
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