Aloysius no ha fumado nunca, ni creo que le vaya a dar ahora por empezar a quemar tabaco. El humo de los cigarrillos le molesta profundamente. Aun así, siempre ha recelado de las leyes prohibitivas y del dogmatismo. Sostiene que si en España ha sido necesaria una segunda ley para limitar el mal hábito de fumar en los locales públicos es porque la primera se hizo de aquella manera. ¿Cómo recuperarán ahora toda la pasta que se gastaron los hosteleros para separar a tirios de troyanos? No olvidemos que estamos entre los primeros países productores mundiales de papel administrativo. Cada año se legisla más aquí que en Alemania, por ejemplo. Pero mucha normativa nace con una fecha de caducidad, preceptos para la galería, leyes tan efímeras como los Kleenex ®, auténtico papel mojado, todo lo contrario de lo que hicieron nuestros antepasados, empeñados en elaborar leyes perdurables, que por algo se sigue estudiando Derecho Romano en las facultades.
El defecto primordial es que esta ley de nuevo se olvida de los fumadores. No les aporta alternativas para la deshabituación. Excepto algunos ultras de la colilla y el cenicero, que también los hay, la mayoría de los fumadores que conozco saben perfectamente que esta costumbre es mala para su salud. Muchos han intentado dejar de fumar en varias ocasiones, con suerte dispar. Nuestros gobernantes se lavan las manos y remiten a los fumadores a las consultas de los médicos de cabecera, allá se las apañen ustedes, que encima los tratamientos para dejar de fumar no están financiados por nuestra sanidad pública. Otro marrón. También escasean las unidades especializadas para desintoxicarnos de la nicotina, una droga de elevado potencial adictivo. Otra vez nos olvidamos de educar para la salud, que siempre resulta más económico que multar y perseguir.
Hemos aprendido poco de la experiencia de otras naciones pioneras en legislar sobre la materia. ¿Qué ha ocurrido en Irlanda, Noruega o Italia? Aquí un padre no puede echarse un pito mientras su hijo se columpia en el parque infantil, pero sí puede meterse entre pecho espalda un descomunal veguero con el mismo niño sentado a su lado en el campo de fútbol, para mayor gloria de sus colores. Podremos fumar sin cuartel en las cárceles, en los psiquiátricos y en las residencias de ancianos, pero no podrá hacerse al aire libre en muchos lugares, a pesar de lo irrespirable que hacen del mismo los escapes de las motos y los coches. Legislamos sobre un acto cívico, que significa no molestar con el humo de mis cigarrillos a los que no desean fumar. Y lo de las denuncias tiene tela, pues los microinquisidores van a brotar como champiñones en un sótano plagado de humedad.
Y las multas, otra boutade, pues si quieres fumar libremente saldrá más a cuenta robar para que te manden a la trena. La hipocresía reinante en el mundo del tabaco es tremenda. Existe una película magnífica que se titula “Gracias por fumar” (Jason Reitman, 2005). Se la recomiendo. En vez de tanta masacre sentimental alguna cadena debería programarla en estas fechas. Por un lado, llenamos nuestras arcas con los impuestos sobre el tabaco. Y acto seguido legislamos para que todo el mundo deje de fumar. Me lo expliquen.
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