Imágenes del libro "A Surgical Casebook" de Hanaoka Seishu (1760 - 1835)
Divagando la otra tarde con Aloysius sobre la capacidad curativa de la medicina occidental, altamente tecnificada a la par que deshumanizada, confrontábamos tal complejidad frente al sencillo efecto terapéutico que consigue la empatía bien dosificada en la relación entre el médico y los pacientes. Entonces me acordé de una historia que hace tiempo me contaron sobre un cirujano japonés capaz de obtener unos resultados fantásticos operando los casos más complicados de hipertensión portal. Esta afectación del sistema venoso del hígado puede cursar con unas complicaciones muy graves, desde la ascitis (acumulación de líquido en el abdomen) hasta la afectación específica del encéfalo, pasando por la aparición de varices esofágicas, que si se rompen y sangran, pueden provocar el final de la vida de un paciente desangrado.
Cuando los cirujanos franceses tuvieron conocimiento de los trabajos de su colega japonés, decidieron invitarlo a París, para aprender su asombrosa técnica quirúrgica. El resultado fue desastroso, pues todos los enfermos operados por el médico nipón fallecieron en el postoperatorio. ¿Qué falló?, ¿la habilidad técnica o el paciente? Por su gravedad, los enfermos parisinos eran semejantes a los japoneses, no por su genética. Siempre quedaría la duda de si el médico oriental había manipulado el resultado de sus trabajos. La historia terminó con el otrora prestigioso cirujano en un avión rumbo de vuelta al reino del sol naciente y con la entronización de la medicina occidental que, sin obtener resultados positivos, se consolaba con la pérdida de los pacientes debida al curso normalmente funesto de la enfermedad natural.
Le recordé a Aloysius la historia de otro médico japonés: Hanaoka Seishu, que vivió a caballo entre los siglos XVIII y XIX. Estudió en Kyoto medicina tradicional china y cirugía basada en las enseñanzas occidentales. Finalizada su etapa formativa, regresó a su pueblo y comenzó a aplicar en sus paisanos los conocimientos obtenidos en ambas ramas de la medicina. Su éxito se basó en el empleo de un anestésico que administraba a sus pacientes por vía oral, llamado Mafutsusan o Tsusensan, una mezcla de hierbas altamente tóxicas que él mismo preparaba en forma de cocción.
Mientras el Dr. Seishu extraía sin dolor todo tipo de tumores, algunos de ellos alojados profundamente en el cuerpo de los enfermos, en occidente comenzaba a dar sus primeros pasos en la anestesia experimentando con el óxido nitroso, el famoso gas hilarante empleado en las atracciones de feria, con el cloroformo, siendo pionero en su uso el obstetra escocés James Y. Simpson, enterrado con honores de jefe de estado a pesar de haberse cargado a varias decenas de desdichadas con tan peligrosa sustancia, o con el Letheon descubierto por el dentista bostoniano W.T.G. Morton, simple éter sulfúrico rectificado, anestésico de utilización generalizada en cirugía a partir de 1846. La historia de la Medicina también recoge algunas injusticias.
El Dr. C. W. Long descubrió los efectos del éter sulfúrico 4 años antes que Morton, pero no publicó sus resultados hasta 1849. Para unos el fulgor de la gloria, para otros las cenizas del olvido.
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