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11 noviembre 2011

PEPIÑO


"Moisés" de Almudena Salamanca.

De repente, el aguacero comenzó a amainar, transformándose en una cortina de fina de lluvia poco antes de escampar. Unos cuantos rayos del sol de otoño timidamente asomaron entre las nubes dispersas del mediodía. Los niños abandonaron el calor del refugio y corretearon entre la arboleda. Claudio, vestido con un guardapolvo azul, colocó todos sus pertrechos; desplegó una mesa y sobre ella colocó un pote de barro requemado por mil fuegos, ancestrales sesiones de alquimia en las que aguardiente (del vino de su propia cosecha), nueces peladas, granos de café, pedazos de manzana, dos kilos de azúcar y el jugo y la monda de un limón y una naranja (de la huerta de su casa) expiaron sus penas cociéndose en aquel caldo tostado y ardiente.

Para entretenernos mientras la pócima iba tomando cuerpo, Claudio nos contó la historia de un can sin dueño que tenía dos cuartas de lomo y que un buen día apareció por el pueblo sin que nadie conociera su procedencia. El hombre y el perro trabaron grande amistad, hasta que un buen día el animal desapareció misteriosamente. Transcurrió una semana, e intrigado por tanta ausencia, Claudio ascendió por la carretera tortuosa hasta la perrera municipal. Allí estaba el chucho capturado por los laceros, batiendo gozoso su cola al viento al ver de nuevo a su amigo. Ahora portaba un chip con datos en su descomunal corpulencia.

Claudio bautizó a su compañero. Desde entonces le llamó Pepiño, en honor al santo patrón carpintero que recibe veneración en la pequeña capilla de la aldea... 

Ya han transcurrido varios años, el perro corretea por los prados eternos de su particular paraíso canino, pero el recuerdo de su entrañable lealtad todavía permanece imborrable...

Con el cazo en la mano Claudio dejó caer un chorro sobre el cóctel incandescente. Como son tiempos modernos, alguien se afanaba buscando en Internet el Esconxuro da Queimada... Mouchos, coruxas, sapos e bruxas... Por un instante, el hombre apartó la vista del fuego y a lo lejos, en medio del monte, me pareció escuchar el aullido jubiloso de un perro...

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