Más bien se presentó a la loba bajo la forma de un mordisco errado.
Su vida entonces parecía una caricia del arisco viento del llano.
Todavía cada noche peinaba su cabello insolente ante un
espejo quebrado.
También se perfumaba con las flores que el rocío había
besado.
Calentaba además el agua de sus venas sobre estrellas
incandescentes.
Quizás soñara con santos, tal vez con demonios callados
que salían de pesca.
Pero jamás escuché de sus labios sellados ni una queja ni
un reproche.
Desafortunadamente la luna iba mudando de piel cada
semana.
Casi siempre cuando abría las ventanas para que retornasen
ebrias las libélulas.
Por lo general amasaba el pan cotidiano con unas gotas de
la lluvia callada.
Así pasaba las horas sentada sobre aquellos recuerdos bajo la alfombra extraviados.
Siempre pedía por favor una limosna para el pobre con
cautela y decisión.
Bastante tuvo que aguantar así de pie en medio de tanta
estulticia.
Y cuando me acerqué para surgir tras el próspero balcón de su
mirada
Con su dócil aliento apagó mis besos y respondió… de nada.
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