Lo venimos advirtiendo desde hace un tiempo. Vivimos en un mundo inundado por la información, un
inmenso océano en el que resulta difícil mantener la cabeza fuera del agua. Es
frecuente que los pacientes nos pregunten sobre algo que han leído en Internet,
y no sólo en lo referente a síntomas o enfermedades propias, de sus familiares o
amigos, sino también sobre determinados procesos diagnósticos y tratamientos
para los cuales existe o no la necesaria evidencia científica. Por suerte o por
desgracia, en Internet puede opinar cualquiera (incluyendo un servidor).
En
ciertas ocasiones no fácil distinguir entre información y opinión, entre lo
altruista y lo objetivo frente a lo relativo y lo sectario. En estos días he
tenido la oportunidad de revisar un artículo publicado en el suplemento de salud
del The New York Times, firmado por Tara Parker-Pope. Esta escritora y
columnista norteamericana además se autodefine como madre, amante de los perros
y corredora de maratones, meritos más que suficientes para prestarle nuestra atención.
Recoge
las opiniones de algunos expertos sobre el valor actual de la mamografía como medida
preventiva del cáncer de mama. Una de ellas es la del Dr. Colin Begg, del
Departamento de Epidemiología y Bioestadística del Centro Oncológico Memorial
Sloan-Kettering (Nueva York) que defiende el papel salvador de vidas de las
mamografías de cribado, si bien reprocha que muchas mujeres piensen que su
supervivencia después de ser tratadas de un cáncer de mama se deba
fundamentalemente a la detección precoz de la enfermedad.
Para
la Dra. Laura Esserman, directora del Centro de Tratamiento del cáncer de mama
de la Universidad de California, cribado no es sinónimo de prevención. La
detección precoz es una de las armas empleadas para conseguir una mayor
supervivencia de las pacientes con este tipo de tumor, pero no la única. Los avances
en el tratamiento desempeñan un papel preponderante.
Las
recomendaciones actuales de los servicios preventivos de los EEUU aconsejan
retrasar las mamografías regulares hasta los 50 años (en lugar de los 40),
realizando la prueba diagnóstica regularmente cada 2 años hasta los 74. De esta
manera, una mujer controlada según estas recomendaciones se realizaría 13
mamografías en lugar de 35. El coste económico sería más racional, considerando
que sólo en los EEUU el gasto anual en mamografías de cribado asciende a 5
billones de dólares. Y aquí nadie habla de recortes, sino de una mayor
eficiencia en la gestión basada en la evidencia científica.
La
consellería de Sanidade de la Xunta de Galicia viene desarrollando desde hace
muchos años su exitoso programa. Pero, si queremos conseguir la prueba del
algodón, la que nunca engaña, ¿por dónde debería discurrir el futuro en aras de
incrementar la supervivencia y la calidad de vida de estas pacientes? Los
expertos insisten en mayores esfuerzos sanitarios centrados en la prevención y
en el tratamiento de los tumores más agresivos, sobre todo en las mujeres jóvenes.
En esos campos seguirán librándose la batalla.
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