¿Qué se puede hacer en Ourense
una tarde de 2 de mayo? El cielo amenaza la eventual lluvia que podría deslucir
la jornada de mañana, A Festa dos Maios.
Huyendo de la llovizna me
refugio bajo los soportales de nuestra particular Praza Maior y me detengo
delante del Centro Social Novacaixagalicia. La antológica de Virxilio, 1950 –
2009. ¿Por qué no?
Paso delante del mostrador donde
descansa una pila de catálogos. Los ignoro y no me arrepiento. Me sumerjo en la
exposición libre de prejuicios.
En una vitrina central se
muestran varios libros, Uxio Novoneyra, Santiago Lamas, Martín de Riquer,
Francisco Yndurain…, diversas editoriales, Prensa Española, con dibujos de
buhos, carabelas y la loba de Roma, con la cabeza volteada hacia la cola y la
ofrenda de sus mamas suspendida de su abdomen, Xunta de Galicia, con la serie
de Cuadernos del Centro Ramón Piñeiro para a Investigación en Humanidades,
Libros de Frouma, Edicións do Castro… Estas publicaciones fueron honradas por
el Virxilio ilustrador, plenas de colorido y con pulcros y sencillos dibujos.
De las paredes penden cuadros,
con texturas físicas que se expanden desde el lienzo varios milímetros hacia
delante: bordados y decoraciones barrocas, bigotes y mentones, cejas y labios,
flores y pámpanos, racimos de orondas uvas tintas, cada cual con su reflejo,
apenas un punto de la luz mortecina procedente del sol que las madura, un rey
de copas, rex anfitrión de todos los
mortales, pescados de afiladas dentaduras, pescadillas o merluzas, aves y
pájaros, de nuevo el buho de la sabiduría tan presente también en la obra de
Quessada, otro genial ourensano, homenaje a la erudición de la que un día fue
Atenas de Galicia y que nunca más lo será…, cestos, mesas y canastos y mujeres,
con senos y pezones circulares que se insinúan planos bajo pomposos ropajes.
La andadura artística se inicia
en la década de los 50, con acuarelas y tintas chinas que comienzan a escaparse
del rigor marcado por la formación académica, bodegones con aves muertas,
ejecutadas con la destreza de los trazos de un lápiz graso, como los pollos
cabeza abajo que forman parte del dossier de ingreso en la École National
Supérieure des Beaux Arts de París, en 1957.
Arlequines que son músicos en un
acrílico sobre táblex que son la premonición del estilo característico del
Virxilio que ha de venir con el tiempo.
De los años 60 se adueñó la
Naturaleza, el campo, la vendimia, el monte que se ha quemado. Tierras ocres de
Ourense o del Val da Rabeda, el monte de Allariz, cuadros cuasi expresionistas
en los que el mar y el color azul están siempre ausentes.
Los bodegones, a tinta china, se
desvían hacia un realismo muy personal, como aquel que retrata la esquina de
una nevera.
Y me detengo ensimismado ante mi favorito, “Auf
der Terrase I”, donde la figura central de una mujer calva, granate y lacerante, me
inspira la promiscuidad que albergaría un retrato egipcio clásico y el de una
alienígena.
Finalmente, despertado mi
apetito musical tras la detenida observación de los músicos cautivos en “Jazz
Em Streckstrump” (2003) con el catálogo bajo el brazo tomo rumbo hacia el café
Latino, en la procura de información sobre el Festival de Jazz de Primavera.
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