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11 agosto 2012

DARWIN EN VERANO



En Ourense aprieta el calor de agosto. Con la intención de ayudarme a soportar tal rigor estival, el caritativo Aloysius me ha obsequiado con dos libros desde hace tiempo apetecidos. 

El primero es “La cadera de Eva”, del Prof. Dr. José Enrique Campillo, autor también de la magistral “El mono obeso”. Este catedrático de Fisiología de la Facultad de Medicina de Extremadura se define como un apasionado de la medicina darwiniana. Como divulgador científico defiende el papel esencial de la mujer en la evolución de la especie humana, pues precisamente ellas, garantes de la salud y de la supervivencia del embrión y del feto durante la gestación, hubieron de soportar cambios evolutivos en su anatomía indispensables para que un cuerpo en bipedestación pudiera soportar el peso de un cráneo con un cerebro más o menos inteligente en su interior.

Sostiene el profesor Campillo que la reproducción sexual permitió la existencia de unos mecanismos de barrera que preservan la pureza de nuestro material genético, evitando de paso la mezcla de genes procedentes de especies diferentes. Mediante el estudio de sus genomas, hoy en día está demostrado el origen común de los primates, incluyendo al controvertido Homo sapiens. Pero tampoco existen dudas sobre la posibilidad de especies mixtas a lo largo de la corta historia de nuestra evolución. 

La recombinación y la mutación han sido los mecanismos responsables de la variabilidad genética. En el primero de los casos, y atendiendo a las explicaciones del Dr. Campillo, se intercambian lotes de cartas (fragmentos de genes) de diferentes barajas (una materna y otra paterna). En el segundo, los cambios se producen en el material genético del espermatozoide del padre o en el óvulo de la madre, y así son trasmitidos a su descendencia. Pero, después de miles de años de cambios y modificaciones genéticas, ¿podríamos explicar nuestras particularidades como especie única en este planeta? 

Veamos un sencillo ejemplo. Compartimos el 96% de nuestros genes con chimpancés y bonobos, aunque hace 7 millones de años nuestras líneas evolutivas se separaron. Existe una zona común en el genoma de las ratas, las gallinas, los chimpancés y los hombres que se denomina HAR1 (formada por 118 bases o piezas), responsable de los genes encargados del desarrollo de la corteza cerebral y de las conexiones neuronales. Entre una gallina y un chimpancé apenas existen 2 bases diferentes; sin embargo, entre el chimpancé y el hombre la diferencia asciende a 18 bases. 

Tal vez una mutación fue la responsable de acelerar los cambios en esta región del genoma, que hasta entonces había permanecido inalterable durante al menos 100 millones de años. Si existe un daño en estos genes responsables de la rugosidad de la corteza cerebral, el recién nacido padecerá una disencenfalia, un cerebro liso asociado a gravísimos trastornos cognitivos y motores. 

El segundo libro regalado por Aloysius es “El sueño del neandertal”, del investigador británico Clive Finlayson, cuya lectura nos descubrirá por qué se extinguieron unos seres humanos más fuertes que se separaron de nuestra estirpe apenas hace 500000 años, y que incluso estaban dotados con cerebros mayores que el nuestro. 


Les mantendremos informados...


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