En Ourense aprieta el calor de
agosto. Con la intención de ayudarme a soportar tal rigor estival, el
caritativo Aloysius me ha obsequiado con dos libros desde hace tiempo
apetecidos.
El primero es “La cadera de Eva”, del Prof. Dr. José Enrique Campillo,
autor también de la magistral “El mono obeso”. Este catedrático de Fisiología
de la Facultad de Medicina de Extremadura se define como un apasionado de la
medicina darwiniana. Como divulgador científico defiende el papel esencial de
la mujer en la evolución de la especie humana, pues precisamente ellas,
garantes de la salud y de la supervivencia del embrión y del feto durante la
gestación, hubieron de soportar cambios evolutivos en su anatomía indispensables
para que un cuerpo en bipedestación pudiera soportar el peso de un cráneo con
un cerebro más o menos inteligente en su interior.
Sostiene el profesor Campillo
que la reproducción sexual permitió la existencia de unos mecanismos de barrera
que preservan la pureza de nuestro material genético, evitando de paso la
mezcla de genes procedentes de especies diferentes. Mediante el estudio de sus
genomas, hoy en día está demostrado el origen común de los primates, incluyendo
al controvertido Homo sapiens. Pero
tampoco existen dudas sobre la posibilidad de especies mixtas a lo largo de la corta historia de nuestra evolución.
La recombinación y la mutación han sido los mecanismos responsables de la
variabilidad genética. En el primero de los casos, y atendiendo a las
explicaciones del Dr. Campillo, se intercambian lotes de cartas (fragmentos de
genes) de diferentes barajas (una materna y otra paterna). En el segundo, los
cambios se producen en el material genético del espermatozoide del padre o en
el óvulo de la madre, y así son trasmitidos a su descendencia. Pero, después de
miles de años de cambios y modificaciones genéticas, ¿podríamos explicar
nuestras particularidades como especie única en este planeta?
Veamos un
sencillo ejemplo. Compartimos el 96% de nuestros
genes con chimpancés y bonobos, aunque hace 7 millones de años nuestras líneas
evolutivas se separaron. Existe una zona común en el genoma de las ratas, las
gallinas, los chimpancés y los hombres que se denomina HAR1 (formada por 118
bases o piezas), responsable de los genes
encargados del desarrollo de la corteza cerebral y de las conexiones neuronales.
Entre una gallina y un chimpancé apenas existen 2 bases diferentes; sin
embargo, entre el chimpancé y el hombre la diferencia asciende a 18 bases.
Tal
vez una mutación fue la responsable de acelerar los cambios en esta región del
genoma, que hasta entonces había permanecido inalterable durante al menos 100
millones de años. Si existe un daño en estos genes responsables de la rugosidad
de la corteza cerebral, el recién nacido padecerá una disencenfalia, un cerebro liso asociado a gravísimos
trastornos cognitivos y motores.
El segundo libro regalado por Aloysius es “El
sueño del neandertal”, del investigador británico Clive Finlayson, cuya lectura
nos descubrirá por qué se extinguieron unos seres humanos más fuertes que se
separaron de nuestra estirpe apenas hace 500000 años, y que incluso estaban
dotados con cerebros mayores que el nuestro.
Les mantendremos informados...
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