Sandro Botticelli (1483)
"La boda de Nastaglio degli Onesti"
Temple sobre tabla.
Palacio Pucci - Florencia
Sostiene Aloysius que todo lo
que comemos y bebemos nos entra antes por los ojos que por la boca, en una especie
de nutrición cerebral que comienza mucho antes que el propio proceso digestivo.
Incluso nos entra por las narices, ya que los mortales preferimos todo aquello
que huela a lima, naranja, pomelo, menta y melocotón. Pero, entonces, ¿comemos
y bebemos realmente lo que queremos o ambos procesos pueden ser determinados? Hay
alimentos que nos vuelven más pacíficos, como el pescado, porque los ácidos
grasos omega 3 incrementan la serotonina, el neurotrasmisor de la paz y el
bienestar cerebral. Lo mismo ocurre con las cardiosaludables nueces.
En el mundo de las bebidas, más
que la sed es el color, el precio, el ambiente y la velocidad de la ingesta son
determinantes de nuestra elección. En el color influye tanto el del continente
como el del contenido. Los tonos fríos, azules y verdes, son tan satisfactorios
como el sabor. Un potentado presumía de beber whisky no porque le gustara, sino
porque era más caro. Y es que cuanto más elevado resulta el precio de una
bebida, más altas son las expectativas que en ella depositamos. Ocurre con el
champán, pero también con la ginebra. Ojo: aquí hay trampa.
En la Universidad
de Stanford y el Instituto de Tecnología de California han demostrado que
apreciamos las bebidas más caras, independientemente de su precio real. Otra
vez las apariencias nos engañan. ¿Y qué decir de la forma de los vasos? Los
curvados, los cortos y los anchos nos confunden, pues percibimos peor su
capacidad y así bebemos más de prisa.
¿Y los locales? Está demostrado que
triunfan los restaurantes y los bares de moda, independientemente de lo que en
ellos se sirva. Incluso la música ambiental influye. Preferimos bocados o
tragos menos sustanciosos en un pub o en una cervecería que otros mucho más
apetecibles tomados directamente de la nevera de un supermercado. En 1957, el hábil
James Vicary se inventó un supuesto proyecto de publicidad subliminal de Coca
Cola en los cines. Aunque no fue cierto, las ventas del refresco se dispararon
y todavía hoy hay muchas personas que se creen esta leyenda urbana.
Pero en nuestra apetencia por
los alimentos no influye solamente su aspecto, sino también las circunstancias
en las que los ingerimos. Un reciente estudio de la Universidad de Bristol ha
revelado que comer delante de la pantalla de un ordenador o de un videojuego
puede aumentar nuestro apetito a lo largo del día. Previamente, hallazgos
similares se habían detectado en las personas que tienen por costumbre comer
viendo la televisión. El trabajo dirigido por el Dr. Jeff Brunstrom, publicado
en el American Journal of Clinical
Nutrition, concluye que memoria y atención juegan un papel determinante en
el apetito y en la cantidad de comida que ingerimos.
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